EL SIGLO XIX

A grandes rasgos, podemos dividir el siglo en dos mitades: en la primera se producen las revoluciones liberales, es decir, el ascenso al poder político de la burguesía; en la segunda, la mayoría de las revoluciones liberales han concluido victoriosamente. Este conflicto político-social se refleja en la literatura: El Romanticismo con su mentalidad exaltada, idealista, corresponde al período en que la sociedad europea está inmersa en el proceso revolucionario. El Realismo, de espíritu más sosegado y pragmático, corresponde al período en que las revoluciones liberales ya han triunfado. El Romanticismo contrapone la realidad con el ideal, mientras el Realismo trata de expresar la sociedad tal como, sin idealizarla.

 

  1. El siglo XIX, período de triunfo del liberalismo

 La época romántica se inicia con la restauración de las monarquías absolutas que acaban de derrotar a Napoleón en 1815. Austria, Prusia, Rusia y Francia establecen la llamada Santa Alianza entre los reyes europeos, destinada a prestarse mutuo auxilio frente a posibles revoluciones liberales. Así ocurrió en 1823, cuando un ejército de la Santa Alianza invadió España para derrocar el régimen liberal que había triunfado en 1820.

Este sistema político se mantuvo hasta 1830, en Francia se produce una revolución que derroca al rey Carlos X e instaura la monarquía liberal y burguesa de Luis Felipe. Esto dio nuevo impulso a la implantación progresiva e imparable del liberalismo por toda Europa: independencia de Bélgica, regímenes constitucionales en numerosos estados alemanes, en España y Portugal... En Inglaterra el proceso fue haciéndose de manera pacífica y reformista.

La cultura romántica, vinculada al liberalismo, conecta con los movimientos políticos de su tiempo; en cambio, su exaltación del idealismo y su rechazo de la mentalidad capitalista, lo distancian de las grandes transformaciones sociales y económicas de la época. En el período romántico es cuando se produce el despliegue de la economía capitalista en Europa y su expansión hacia todo el mundo.

El vapor se convirtió en la energía que permitió esta expansión. La producción económica recibió un gran impulso con la introducción de maquinaria de vapor en la industria, es especial en la textil. En 1825, el inglés Stephenson aplicó con éxito el vapor a la locomoción, inventando el ferrocarril, que pronto se expandió por toda Europa. El desarrollo del ferrocarril estimuló la producción de la industria siderúrgica. Al mismo tiempo, a mediados de siglo los buques de vapor empezaron a sustituir a los veleros. En 1836, con la invención del telégrafo por Morse, empezaron las aplicaciones técnicas de la electricidad. Las comunicaciones y el intercambio de mercancías entre países y continentes se beneficiaron extraordinariamente de estos inventos.

Estos adelantos técnicos se produjeron, en general, al margen de la ciencia, que durante el período romántico tuvo un carácter bastante teórico, sin el afán de experimentación del período siguiente.

La historia fue el saber que alcanzó mayor desarrollo. Concebida como medio para conocer las raíces del presente, abandona el ámbito de la literatura para adquirir categoría científica. Buena parte de la historia romántica se vinculó al nacionalismo, ya que la historia se convirtió en uno de los signos de identidad de las naciones. El contacto con Egipto y el Próximo Oriente favoreció el desarrollo de la arqueología. Con la paleontología surgió una nueva modalidad científica, dedicada al estudio de los restos fósiles, que fue la base de las teorías biológicas de Lamarck, antecedente de las de Darwin.

También suscitaron gran interés en la época los fenómenos relacionados con la electricidad y el magnetismo, estudiados por el francés Ampère y el inglés Faraday.

 

2. El Romanticismo

El Romanticismo es un movimiento cultural complejo y amplio, que repercutió en todos los aspectos de la vida. Como expresión de una intensa crisis social, presenta actitudes contradictorias. Frente a una sociedad cada vez más materialista y tecnificada, algunos románticos añoran la sociedad medieval y el otros optan por el progreso y el liberalismo radical (Víctor Hugo, Espronceda). A ambas actitudes les une la búsqueda de un mundo ideal y el rechazo de la sociedad materialista.

 

El Romanticismo tiene como principales características las siguientes:

 

-Individualismo. El arte y la literatura se convierten en expresión del yo, de los sentimientos. Eso repercute en un gran desarrollo de la poesía lírica y de la música (Beethoven, Chopin, Schubert...), modalidades artísticas especialmente aptas para la expresión de subjetividad.

-Irracionalismo. Frente al racionalismo ilustrado el Romanticismo valora todo lo no racional: emociones, sueños, fantasías...De ahí surge la moderna literatura fantástica y de terror, una de cuyas primeras manifestaciones es Frankenstein, de Mary Shelley, escrita en 1818. Por otra parte, Chateaubriand, con su obra El genio del Cristianismo (1802), combate el racionalismo antirreligioso de ciertos ilustrados y propone un catolicismo basado en el sentimiento.

-Defensa de la libertad. En 1836 Larra proclamará la “Libertad en literatura, como en las artes, como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. He aquí la divisa de la época”. En política, el Romanticismo aparecerá como “el liberalismo en literaturas, en palabras de Víctor Hugo. En el terreno moral, los románticos considerarán el sentimiento como única norma de conducta, lo que les llevará a defender el amor adúltero o el suicidio. En cuanto al arte y la literatura, rechazarán las normas neoclásicas, buscando ante todo la originalidad, el estilo personal.

-Idealismo. El pensamiento romántico se desarrolló especialmente en Alemania, donde Fichte, Schelling y Hegel elaboraron una filosofía idealista, basada en el predominio del espíritu sobre la materia. De acuerdo con ella, el hombre se caracterizaba por su aspiración hacia lo infinito, lo trascendente. El poeta y el artista aparecen como genios capaces de penetrar de manera intuitiva en lo desconocido, en lo misterioso. El pintor alemán Gaspar D. Friedrich afirmó: “La tarea del paisajista no es la fiel representación del aire, el agua, los peñascos y los árboles, sino que es su alma, su sentimiento lo que ha de ser reflejado. Descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, acogerlo y transmitirlo con todo el corazón y el alma entregados, es tarea de la obra de arte”. Éste es el fundamento ideológico de la estética contemporánea.

Por otro lado, este idealismo llevará a los románticos a la búsqueda de ideales inalcanzables en todos los aspectos, en especial en el amor, lo cual les conducirá inevitablemente al choque con la realidad y al desengaño.

-Nacionalismo. Frente al espíritu universalista del Neoclasicismo, los románticos valoran los rasgos diferenciales de su país, recuperan su historia, sus costumbres y su cultura. Esto implicará la revitalización del uso literario de las lenguas vernáculas, como el catalán o el gallego. El nacionalismo, al proclamar que cada nación le corresponde un Estado, producirá movimientos contradictorios: por una parte, la separación de naciones integradas en un Estado (Bélgica, Grecia, Polonia, Irlanda, las colonias españolas de América...): por otra, la unión de varios estados en un Estado (Bélgica, Grecia, Polonia, Irlanda, las colonias españolas de América...): por otra, la unión de varios estados en un Estado nacional (Italia, Alemania).

-Exotismo. El rechazo de la sociedad moderna lleva al romántico a evadirse, a ambientar sus obras en épocas lejanas (Edad Media) o en lugares todavía no dominados por la civilización europea (Oriente, América). Por eso la literatura romántica no sitúa sus obras en ambientes contemporáneos.

El gusto por lo exótico puso de moda España, país que los intelectuales europeos consideraron típicamente romántico. Algunos viajaron por ella y utilizaron temas y ambientes españoles para sus obras. Byron definió el tópico en sus versos: “¡Oh encantadora España, famoso país romántico!”. Valoraron sobre todo las costumbres y el folclore de Andalucía. Entre las obras de ambiente español destaca la novela Carmen (1845), del escritor francés Prosper Mérimée, que se hizo famosa gracias a la ópera del mismo título de Georges Bizet.

-Espíritu rebelde y juvenil. Mientras el Neoclasicismo estaba en consonancia con actitudes propias de la madurez (racionalismo, moderación), el Romanticismo sintonizaba mejor con las inquietudes de la juventud (rebeldía, pasión, idealismo). Por eso, en gran parte, fue un movimiento de la generación joven que chocó con los gustos del público de más edad, educado en el Neoclasicismo.

 

 

3. El Romanticismo europeo

 

Los orígenes del Romanticismo hay que situarlos en Alemania, país en el que entre 1750-1770 se produce un intenso movimiento cento prerromántico conocido como Sturn und Drang (Tempestad y Pasión), en el que destacan Goethe y Shiller, que inician la superación de la estética neoclásica. En las primeras décadas del siglo XIX surge una promoción de valiosos poetas (Novalis, Hölderlin, Heine), novelistas (Jean-Paul Richter, Hoffmann) y dramaturgos (Kleist), que ya son plenamente románticos. La importancia del Romanticismo alemán no sólo reside en la creación literaria, sino también en su sólido fundamento estético y filosófico, elaborado en gran parte por Herder y los hermanos Schlegel, cuya influencia se extendió por toda Europa.

Paralelamente, en Inglaterra se produjo también un movimiento prerromántico durante la segunda mitad del XVIII, con poetas como Wordsworth y Coleridge, a los que sucedió la promoción romántica integrada por los poetas Byron, Shelley y Keats, y por el novelista Walter Scott.

En Francia, cuna del Neoclasicisimo, el Romanticismo se introdujo con retraso y en medio de fuertes polémicas, No hubo un movimiento prerromántico cohesionado, a pesar de las intuiciones prerrománticas de Rousseau, defensor de una nueva sensibilidad de carácter subjetivo. La Revolución Francesa, primero, y el imperio napoleónico, después, apoyaron la estética neoclásica. Por eso Chateaubriand, el primer escritor romántico francés, tiene una actitud anticlásica vinculada a una ideología contrarrevolucionaria y tradicionalista. Fue Victor Hugo quien proclamó la unidad entre el liberalismo político y el Romanticismo, entendido como libertad de sentimientos y de creación artística. El estreno de su drama Hernani, en 1830, fue un acontecimiento literario y político, que provocó el enfrentamiento a golpes entre románticos y neoclásicos.

4. Sociedad y cultura del período realista

En el terreno político, la época del Realismo comienza como consecuencia del movimiento revolucionario de 1848, que sacudió toda Europa. De nuevo es Francia la que marca la pauta de la política en el continente europeo. La monarquía de Luis Felipe es derrocada y sustituida por un régimen republicano. La novedad de esta revolución es un carácter democrático radical, con participación de las masas obreras que exigían mejoras laborales y cambios sociales. En medio de esta agitación, Karl Marx y Friedrich Engels publicaron su Manifiesto comunista, resumen de los principios del socialismo, que irá adquiriendo influencia en las organizaciones obreras.

Todo ello provocará el abandono del espíritu revolucionario por parte de la burguesía, que ahora busca estabilidad y moderación. Francia sustituye sin traumas el régimen republicano por el Segundo Imperio, proceso de unificación italiana, y en 1870, el de Alemania. Las unificaciones de Alemania y de Italia hasta entonces divididas en pequeños estados, consagran el triunfo de las revoluciones liberales y burguesas en la mayor parte de Europa occidental.

Las transformaciones sociales que se producen en la segunda mitad del siglo XIX son de gran trascendencia. El crecimiento de la industria va asociado a la concentración de la población en grandes ciudades, que centralizan la industria, el comercio y los servicios. Inglaterra será el país que más intensa y rápidamente llevará a cabo este proceso: en 1831, más del 25% de la población vivía en ciudades importantes; en 1850, el 50%; en 1870, el 60%. Al mismo tiempo, los países más desarrollados (Inglaterra, Francia) se expansionan por todo el mundo, creando grandes imperios coloniales.

El positivismo, formulado por Auguste Compte es la filosofía de la época. El principio básico del positivismo es que el saber ha de basarse en el dato, en el hecho comprobable. Llevando a la práctica estos principios, la ciencia y la técnica experimentan notables avances. Claude Bernard aplica el positivismo a la medicina. Pasteur realiza descubrimientos que permitirán la curación de la hidrofobia, y Koch aísla los bacilos de la tuberculosis, la enfermedad del siglo, que no tendrá curación hasta que más adelante. La cirugía avanzó gracias al uso del cloroformo.

Es de especial importancia la teoría de la evolución de Charles Darwin, que en 1859 publicó El origen de las especies, que explica la evolución de la vida en la Tierra mediante las leyes de la selección natural y la adaptación al medio. En 1871, en medio de un gran escándalo, Darwin publicó El origen del hombre, estudio de la evolución de los primates hasta llegar al hombre. Paralelamente, el botánico Gregor Mendel descubrió las leyes de la herencia biológica.

En cuanto a la técnica, surgieron numerosos inventos que transformaron la industria y la vida cotidiana: motores y máquinas de todo tipo, el telégrafo, el teléfono, los barcos de vapor, el acero, la aspirina, el hormigón, la iluminación con gas, etc. Una de las grandes hazañas de la ingeniería de la época fue la inauguración, en 1869, del canal de Suez, proyectado por el ingeniero francés Ferdinand de Lesseps, la torre Eiffel, construida en 1889 con ocasión de la Exposición Universal de París, se convertirá en símbolo monumental de estos avances de la técnica.

Todo ello proporcionó a la ciencia un extraordinario prestigio, convirtiéndola en el motor del progreso, el gran mito de la época. El pensamiento científico y el método experimental influyeron en las ciencias humanas, Karl Marx, creador del marxismo, estudió en su obra El capital (1867) el sistema capitalista y la historia de los conflictos sociales, afirmando que obedecían a unas leyes objetivas: las de la lucha de clases. A la revolución burguesa debía sucederle la revolución proletaria, que había de implantar un sistema económico socialista, sin clases. Sus estudios serían continuados por su amigo y colaborador Friedrich Engels. El marxismo se convirtió en la ideología del movimiento socialista, que a través de los sindicatos y los partidos social demócratas fue adquiriendo gran influencia política en los países industrializados.

 

ROMANTICISMO Y POSROMANTICISMO

  1. Circunstancias históricas del romanticismo español

El desarrollo del Prerromanticismo español de las últimas décadas del siglo XVIII se vio frenado por las circunstancias históricas que vivió España: primero la guerra de la Independencia (1808-1814) y después el restablecimiento del absolutismo por Fernando VII (1814-1833), que perseguía a los liberales y reprimía la vida cultural. En medio de esta situación hubo, sin embargo, algunos intentos de divulgación de la nueva sensibilidad romántica.

En 1814, recién terminada la guerra de la Independencia, en una publicación gaditana aparecieron unos artículos de Nicolás Böhl de Faber, un alemán establecido en España, gran admirador del Siglo de Oro español. En ellos, consideraba que “sólo en España ha sobrevivido el espíritu caballeresco” y, de acuerdo con las teorías de los hermanos Schlegel, defendía el teatro barroco neoclásico. Estas opiniones fueron replicadas por el escritor José Joaquín de Mora, que defendía la estética neoclásica. La polémica entre ambos escritores duró varios años y estuvo muy condicionada por la situación política, ya que Böhl de Faber era un ardiente defensor del catolicismo intransigente y del absolutismo, mientras Mora era de ideas liberales, por lo que más adelante tuvo que exiliarse.

Mucha más importancia tuvo la aparición en Barcelona del periódico. El Europeo (1823-1824). Lo redactaban, entre otros, Buenaventura Carlos Aribau (que más adelante iniciaría la Renaixença catalana con su Oda a la pàtria) y Antonio López Soler, autor de la novela histórica Los bandos de Castilla (1830), cuyo prólogo se ha considerado como el primer manifiesto español en defensa del Romanticismo. El periódico divulgó las ideas románticas europeas, revalorizó la Edad Media e inició la crítica de la estética neoclásica. La corta vida de El Europeo no permitió, sin embargo, que pudiera tener gran influencia.

Durante el reinado de Fernando VII muchos intelectuales tuvieron que exiliarse a Francia o Inglaterra, países en los que entraron en contacto con la literatura romántica.

En Londres existió una importante colonia de exiliados españoles, que llevaban una intensa vida cultural, con publicaciones como los Ocios de españoles emigrados en Inglaterra (1824-1826). Por eso el Romanticismo no pudo triunfar en España hasta la muerte del Rey (1833) y el consiguiente establecimiento de un régimen político de carácter constitucional, que rehabilitó a los liberales. Entre ellos, figuraban escritores que, como el duque de Rivas, Espronceda o Martínez de la Rosa, habían salido neoclásicos de España y volvían a ella románticos convencidos. De esta manera se produjo una coincidencia entre la implantación del liberalismo y el triunfo del Romanticismo. Estas circunstancias históricas explican que el Romanticismo español tuvieron una orientación ideológica claramente liberal. No parece casual que la primera obra romántica estrenada en España fuera la conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa. Aunque ambientada en la Venecia medieval, tiene un tema claramente relacionado con la situación de España en aquel momento, ya que trata de la lucha de los defensores de la libertad contra un tirano veneciano. En el mismo año del estreno (1834), que fue un gran éxito, Martínez de la Rosa fue nombrado jefe de gobierno.

Los estudiosos del Romanticismo español se han dividido a la hora de enjuiciar si se trata de una mera imitación del Romanticismo europeo o de una recuperación de la tradición literaria nacional -el Romancero medieval, el teatro de Lope y Calderón- que el Neoclasicismo importado de Francia no había logrado desterrar. Es indudable que en los románticos españoles hubo una voluntad de entroncar con la tradición literaria española, epro esta recuperación fue bastante artificial, poco auténtica. Y, en buena parte, se hizo siguiendo los puntos de vista de los románticos extranjeros, que habían considerado a España de forma idealista como un país típicamente romántico.

El Romanticismo español, además de tardío, fue un movimiento bastante efímero, que duró muy poco tiempo, apenas una década (1834-1844). Después, hasta 1868, se produce un período de transición que conocemos con el nombre de Posromanticismo, en el que la literatura va evolucionando hacia las nuevas formas del Realismo.

 

 

 

2. La poesía romántica


La poesía lírica adquirió un gran desarrollo durante el Romanticismo, ya que era el género más apto para la expresión de sentimientos: el desengaño amoroso, la soledad, las ilusiones e ideales. Una vez abandonadas las restricciones que imponía el Neoclasicismo, la libertad de creación permitió la búsqueda de un estilo personal, propio. En especial, la poesía romántica inglesa y la poesía alemana alcanzaron niveles de extraordinaria calidad. En cambio, la poesía romántica española no produjo obras de gran valor. Aunque expresiva de sentimientos auténticos, no logra, en general, transmitir al lector una sensación de autenticidad. Por su contenido podemos dividirla en lírica, que expresa sentimientos, y narrativa, que relata sucesos históricos o legendarios.

 

 

2.1 Poesía lírica

La lírica se caracterizó por el uso de un estilo retórico y altisonante, lleno de exclamaciones, como se observa en estos versos del Duque de Rivas:

 

¡Qué afán!...¡Cielos! ¿Acaso

mi constante pasión, mi fe sincera

merecen premio tal?...Inadvertido

la vi, la amé, y el alma, el alma entera

le di, y el corazón...¡Oh cuán dichoso

al ser suyo me hallé!

 

Los poetas románticos realizaron grandes innovaciones en la versificación. Combinaron el uso de las estrofas clásicas con la creación de nuevas combinaciones métricas. La polimetría, el uso de diversas variaciones métricas dentro del mismo poema, fue una práctica corriente. Dentro de las estrofas de arte mayor, el soneto fue poco utilizado. Fueron muy usadas la silva y la octava real para las odas de circunstancias. La estrofa de arte mayor más popular fue el cuarteto con diversas variantes. En cuanto a las estrofas de arte menor, la redondilla y la quintilla se usaron tanto en el teatro como en la poesía; pero, la estrofa más destacada fue el romance, utilizada con profusión.

Los temas abarcan una gama de sentimientos reiterativa: la mujer ideal, el desengaño amoroso, la soledad. Con frecuencia, estos sentimientos se funden con un paisaje que refleja la tristeza a través de una serie de motivos: la noche, la luna, el cementerio, las ruinas medievales, el mar, la tempestad...

Los poetas románticos también trataron asuntos de carácter social, político y religioso. Así, Martínez de la Rosa, el duque de Rivas y Espronceda escribieron diversas composiciones en defensa de sus ideas liberales. La temática religiosa fue cultivada por dos poetisas: Gertrudis de Avellaneda (1814-1873) y Carolina Coronado (1820-1911).

 

 

2.2 Poesía narrativa

 

Más que la expresión de sentimientos, en la poesía romántica abundó la narración de leyendas y acontecimientos históricos. Serán los poetas posrománticos (Bécquer, Rosalía de Castro) los que lograrán expresar su intimidad sinceramente, pero de manera delicada, mediante sugerencias simbólicas más que con exclamaciones grandilocuentes.

Teniendo en cuenta la extensión, clasificamos la poesía romántica de carácter narrativo en dos grandes grupos: poemas extensos y poemas breves.

-Poemas extensos. Son poemas narrativos de varios miles de versos, que presentan dos modalidades: la épico-histórica y la alegórico-filosófica. La primera modalidad trata temas históricos o legendario, encuadrados casi siempre en la Edad Media. A ella pertenecen El moro expósito (1834), del duque de Rivas; Granada (1852), de Zorrilla: El estudiante de Salamanca (1840), de Espronceda. La segunda modalidad fue abordada por Espronceda en El diablo mundo (1841).

-Poemas breves. Podemos subdividirlos en históricos y legendarios, aunque con frecuencia la historia y la leyenda se confunden y se entremezclan. La estrofa más utilizada en este tipo de poemas fue el romance, de larga tradición en la poesía española. El duque de Rivas se orientó más hacia la temática histórica en sus Romances históricos (1841), mientras Zorrilla se especializó en las leyendas basadas en tradiciones populares.

José de Espronceda
José de Espronceda

2.3 José de Espronceda

 

El poeta más destacado de nuestro Romanticismo nació en 1808 en un pueblecito de la provincia de Badajoz, unos meses antes del estallido de la guerra de la Independencia. Estudió en Madrid, y tuvo como profesor al poeta Alberto Lista. Era rebelde y poco estudioso. En pleno período de represión absolutista, con otros amigos del colegio fundó una sociedad secreta de carácter al, por lo que fue detenido y encarcelado durante un tiempo en un convento de Guadalajara. Por afán de aventuras y para escapar de la vigilancia policial, en 1827 se marchó a Lisboa, donde conoció a Teresa Mancha, el gran amor de su vida. Fue expulsado de Portugal y se marchó a Londres, lugar al que también acudió Teresa, quien dos años después se casaría con un rico comerciante español.

Espronceda se marchó a Bruselas y de allí a París, donde luchó en las barricadas, durante las jornadas revolucionarias de 1830. Participó también un una acción armada organizada por un grupo de liberales españoles que intentaron penetrar en España por el Pirineo navarro. En París se reunió con Teresa, que abandonó a su marido. En 1833, los dos regresaron a España, donde, a la muerte de Fernando VII, comenzado la instauración de un régimen liberal. Espronceda tomó parte activa en la vida política del país desde posiciones radicales, de orientación republicana y socialista en sus últimos años, por lo que fue detenido y encarcelado en varias ocasiones. Teresa lo donó llevándose a la hija de ambos, dejándole sumido en la desesperación. Un día de 1839, el poeta vio casualmente el cadáver de su amada que acababa de morir. La fuerte impresión que le produjo este encuentro se plasmó en su poema “Canto a Teresa”. La agitada vida de Espronceda, típicamente romántica, terminó en plena juventud a causa de una infección de garganta. Ya en su época se señalaron sus afinidades vitales y literarias con Byron. Ambos fueron rebeldes frente a la sociedad, escépticos en materia religiosa; radicales en política. El poeta español, que conocía la lengua inglesa y admiraba a Byron, recibe la influencia de éste en algunas de sus obras: “Canción del pirata”, de “The Corsair”, y El estudiante de Salamanca, del Don Juan byroniano.

Podemos distinguir tres etapas en la poesía de Espronceda:

  • Neoclásica (1822-1830). La formación literaria recibida de Lista, su maestro, le lleva a cultivar en sus inicios los tópicos pastoriles al modo de Meléndez Valdés o bien los temas cívicos como la exaltación de la libertad, siguiendo a Quintana. En esta etapa destaca el extenso poema narrativo el Pelayo, sobre el fin del reino visigodo y la invasión musulmana.
  • De transición (1830-1834). Durante su exilio va evolucionando hacia el Romanticismo, con temas medievales y ambientaciones árabes y caballerescas. A esta época pertenecen el poema narrativo “Óscar y Malvina” y el “Himno al sol”.
  • Romántico (1834-1842). Desde su vuelta a España escribe de manera más personal sus grandes obras, con un Romanticismo de orientación social.

 

Si nos centramos en la tercera etapa de Espronceda, la más valiosa, podemos dividir su producción en poemas líricos y poemas narrativos. Los líricos tratan diversos asuntos, entre los que destaca la defensa de los marginados por la sociedad (“Canción del pirata”, “El mendigo”, “El reo de muerte”, “El verdugo”). El poeta se identifica con ellos porque también se siente un rebelde, un proscrito.

El tema del desengaño, de la lamentación por la juventud perdida, aparece en “A una estrella” y en “A Jarifa en una orgía”, al que pertenecen estos conocidos versos:

 

 

Y encontré mi ilusión desvanecida

y eterno e insaciable mi deseo:

palpé la realidad y odié la vida.

Sólo en la paz de los sepulcros creo.

 

Otros poemas se relacionan con sus ideales políticos. En “Al dos de mayo” exalta al pueblo, defensor de la patria durante la guerra de la Independencia. Y en “El canto del cosaco” plantea la invasión de Europa, corrompida y decadente, por los cosacos, como si se tratara de una nueva caída del Imperio Romano.

Poemas narrativos

Los poemas narrativos son El estudiante de Salamanca y El diablo mundo. El primero, ambientado en el siglo XVII, cuenta la agitada vida de Félix de Montemar, personaje donjuanesco que simboliza la exaltada y rebelde vitalidad romántica. Félix de Montemar, personaje donjuanesco que simboliza la exaltada y rebelde vitalidad romántica. Félix seduce y abandona a Elvira, que muere de dolor. Una noche, el protagonista vislumbra a una dama vestida de blanco que pasea por las calles. Excitado por la curiosidad, la va persiguiendo hasta que la alcanza. Horrorizado, descubre que es el esqueleto de Elvira. El fantasma lo arrastra a los infiernos en un torbellino.

El estudiante de Salamanca tiene 1704 versos y está dividido cuatro partes de extensión desigual. Presenta gran variedad métrica: romances, octavillas, octavas reales, serventesios, décimas, así como combinaciones originales. El estilo es efectista y grandilocuente, con imágenes sorprendentes, truculentas y llenas de contrastes violentos.

El diablo mundo, publicado por entregas a partir de 1840, quedó inacabado. Se compone de una introducción y seis cantos, así como de unos fragmentos del canto VII, lo que supone más de 6000 versos. Tiene una intención ideológica, la de demostrar, de acuerdo con Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que la convierte en egoísta y malvado. El protagonista, Adán, es un sabio que, por medios sobrenaturales, se convierte en un joven con alma infantil, sin ninguna malicia. Pronto irá descubriendo la maldad humana, aleccionado por un viejo delincuente. Especial interés tiene la segunda parte del poema, el “Canto a Teresa”, que no tiene relación con la historia de Adán. Es una emocionada elegía en la que Espronceda recuerda las apasionadas relaciones que mantuvo con su amada.

El diablo mundo posee una estructura muy desordenada. Todos los géneros aparecen mezclados: hay fragmentos líricos, narrativos, teatrales. Las digresiones e intervenciones del autor son constantes. El tono oscila bruscamente entre lo sublime y filosófico y los grotesco y humorístico. El propio poeta confiesa que escribe “sin ton ni son y para gusto mío”. A pesar de todas estas limitaciones, se trata de un ambicioso proyecto poético, sin igual los de su tiempo, y que contiene espléndidos fragmentos.

El estilo poético de Espronceda es expresivo de su temperamento apasionado. Gusta del verso rítmico, sonoro; de los contrastes violentos, de las innovaciones sorprendentes...La musicalidad de su poesía ha contribuido a hacerla muy popular. En especial, la “Canción del pirata”, que es uno de los poemas más conocidos de la literatura española.

Ángel de Saavedra
Ángel de Saavedra

2.4. Ángel de Saavedra, duque de Rivas

Estudiaremos aquí únicamente la poesía del duque de Rivas, cuya vida y obra dramática trataremos más adelante.

En el terreno poético, Rivas sobresalió más como poeta narrativo que lírico. Su poema El moro expósito (1834) se basa en la leyenda de los siete infantes de Lara, asesinados a traición y vengados por su hermanastro Mudarra, hijo de una mora. Consta de doce cantos y utiliza el romance endecasílabo. Este poema, el primero de carácter plenamente romántico, constituyó una novedad dentro de la literatura española. Su prólogo, escrito por el crítico Antonio Alcalá Galiano, se convirtió en manifiesto del incipiente Romanticismo español, señalando el camino de la recuperación del pasado medieval y del Romancero.

Gran éxito tuvieron sus Romances históricos (1841), inspirados en sucesos históricos o legendarios, en su mayoría situados en la Edad Media o los Siglos de Oro. En los temas de los romances se percibe un marcado patriotismo, que le lleva a seleccionar episodios gloriosos de la historia de España: el descubrimiento y la conquista de América, las victoriosas guerras de Carlos I y Felipe II contra los franceses, etc. En cuanto al estilo, destaca su gusto por las descripciones detalladas de personajes y ambientes. La atención que presta al colorido y la disposición de ciertas escenas, como si de cuadros se tratara, muestran la influencia de la pintura, que el poeta practicó durante su juventud.

 

2.5 José Zorrilla

 Su poesía gozó de una popularidad extraordinaria, que se prolongó más allá del período romántico. En gran parte, esta popularidad se debe a la musicalidad de su verso, de fácil éxito al ser recitado. Su obra poética se divide en poesía lírica y poesía narrativa.

Su lírica brilla sobre todo en las descripciones coloristas y en la musicalidad de los versos, pero la confesión de sus sentimientos es bastante superficial. El temperamento poético de Zorrilla se adecuaba más a lo narrativo. Sus leyendas, son romances que se basan en sucesos históricos o tradiciones populares, como “A buen juez, mejor testigo”, en la que una imagen de Cristo crucificado declara como testigo”, en la que una imagen de Cristo crucificado declara como testigo en un juicio.

3. La prosa romántica

Gil y Carrasco
Gil y Carrasco


3.1 La novela histórica

La novela romántica no trató casi nunca los temas contemporáneos, sino que se situó en épocas pasadas, en especial en la Edad Media. Esto se debe a que los románticos consideraban que la sociedad moderna era prosaica y poco interesante desde el punto de vista estético. El creador de la novela histórica fue el escocés Walter Scott (1771-1832), conocido sobre todo por Ivanhoe (1820), que narra las luchas entre sajones y normandos en la Inglaterra del siglo XII.

La novela se difundió en forma de libro, pero sobre todo por medio de la prensa, que iba publicando diaria o semanalmente un fragmento de la obra. De ahí que la dirigida a un público masivo se conozca como novela por entregas o novela de folletín. Aunque hubo novelas e gran calidad literaria que se difundieron a través el folletín, la mayoría buscaron satisfacer los gustos de un público amplio, de poco nivel cultural. Para ello recurrieron a argumentos basados en intrigas truculentas, llenas de aventuras o de episodios sentimentales.

La novela de folletín, que podemos considerar un antecedente de los best-sellers y de los culebrones, tuvo gran importancia como fenómeno sociológico. Se trata de la primera manifestación de una literatura impresa masiva, que llegó a grandes capas de la población. Esta difusión masiva transformó la literatura en un negocio que enriqueció a los editores y, en menor medida, permitió a los escritores de más éxito vivir de la literatura. De esta forma, el escritor ya no necesita depender de un mecenas aristocrático, pero a costa de amoldar su obra a los gustos del público y a las exigencias de los editores.

El máximo representante del folletín de aventuras es el francés Alejandro Dumas, famoso por Los tres mosqueteros (1844) y El conde de Montecristo (1845). Su equivalente español, aunque de mucha menor calidad, es Manuel Fernández y González (1821-1888), autor de unas trescientas novelas de aventuras. La vertiente sentimental y social de la novela de folletín fue cultivada con gran éxito por el francés Eugène Sue, autor de Los misterios de París (1843), muy traducida en España, donde Wenceslao Ayguals de Izco (1801-1873) alcanzó gran éxito con la novela sentimental María o la hija de un jornalero (1846).

En España, la novela histórica no produjo obras de gran calidad. La más interesante es El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco (Villafranca del Bierzo, 1815-1846). Está ambientada en la comarca de El Bierzo y narra una historia de amor situada en medio de los conflictos que condujeron a la disolución de la orden de los templarios en el siglo XIV. La novela tiene una sólida documentación histórica y cuenta además con excelentes descripciones del paisaje leonés.

Ramón Mesonero Romanos
Ramón Mesonero Romanos

3.2 El costumbrismo

La otra manifestación de la prosa romántica es el costumbrismo, género estrechamente relacionado con el periodismo, que en el siglo XIX alcanzó un gran desarrollo. Vinculados generalmente a los partidos políticos, surgieron multitud de diarios, aunque de poca tirada y corta vida. Las revistas –de aparición semanal, quincenal o mensual- tenían una orientación menos política y más cultural. En ellas es donde se publicaron los artículos de carácter costumbrista.

Cabe destacar las Cartas Españolas y el Semanario Pintoresco. Sólo una parte de estos artículos, los de los autores más famosos, se recogía después en libros. Una gran recopilación de artículos costumbristas de los escritores más importantes es Los españoles pintados por sí mismos (1843-1844), obra de gran interés para conocer la sociedad de la época.

A diferencia de la novela histórica, el costumbrismo trata de la sociedad contemporánea. En forma de artículo periodístico, describe costumbres populares, personajes y oficios típicos del país. Ante los profundos y rápidos cambios experimentados pro la sociedad, el costumbrismo trata de reflejar con cierta nostalgia las costumbres que están en peligro de desaparecer.

Los principales autores costumbristas fueron Estébanez Calderón y Mesoneros Romanos. El malagueño Serafín Estébanez Calderón (1798-1867) firmaba sus artículos con el seudónimo de “El Solitario”. Estos artículos se publicaron con el título de Escenas andaluzas (1847). En ellos recrea el tipismo andaluz, siempre desde un punto amable y humorístico, con un leguaje arcaizante y castizo. El costumbrismo de Estébanez Calderón fue un antecedente de las novelas regionales andaluzas de Fernán Caballero, Alarcón y Valera.

Ramón Mesonero Romanos (1802-1882) utilizó el seudónimo “El Curioso Parlante”. Toda su vida estuvo vinculado a la vida cultural de Madrid, su ciudad natal. Dirigió publicaciones como el diario de Madrid y el Semanario Pintoresco. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua, concejal del Ayuntamiento de Madrid y cronista y archivero de la capital. Casi en su totalidad, la obra de Mesonero tiene su cetro de atención en la vida social madrileña, de cuyas transformaciones fue testigo y cronista a lo largo de cuarenta años. Sus relatos costumbristas se inician en 1822 con Mis ratos perdidos y terminan en 1862 con Tipos y caracteres. El núcleo central de su obra lo constituye la serie Escenas matritenses (1842), que se reeditará en varias ocasiones.

El costumbrismo de Mesonero Romanos, aunque se produjo en pleno Romanticismo, no responde al espíritu romántico, que el escritor consideró una moda exagerada y pasajera. Su mentalidad moderada y realista, su voluntad de pintar la realidad social circundante, lo convierten en un precursor de la novela realista y así lo reconocería Galdós. Mesonero, ya en 1839, en pleno auge del Romanticismo, proponía una novela que reflejara la sociedad española sin las distorsiones de los románticos extranjeros: “Describamos nuestra sociedad, por fortuna no tan estragada y petulante; estudiemos nuestros propios modelos; venguemos el carácter nacional las costumbres patrias, ridículamente desfiguradas por los autores extranjeros”.

Mariano José de Larra
Mariano José de Larra

 

3.3 Mariano José de Larra

Mariano José de Larra (1809-1837) nació en Madrid, hijo de un médico afrancesado, es decir, partidario, de Napoleón. En 1813, cuando los franceses se retiraron de España, su familia tuvo que emigrar al país vecino. Allí vivió cinco años, interno en un colegio parisino, llegando a olvidar casi por completo su lengua materna.

De regreso a España, pudo comprobar las grandes diferencias que existían entre la moderna sociedad francesa y la atrasada sociedad española, sometida al régimen absolutista de Fernando VII. De ahí arrancará su firme defensa de la necesidad de europeizar España. Inicialmente, sin embargo, Larra se acomodó a la situación política, escribiendo algunos poemas laudatorios a la familia real.

En 1828, a los 19 años, fundó su primer periódico, El duende satírico del día, que duró poco tiempo. En 1832 empezó a publicar una serie de folletos satíricos: El pobrecito hablador, que tuvieron mucho éxito. Pero su fama se consolidó sobre todo a partir de 1833, cuando, ya bajo el régimen liberal, pudo expresarse con mayor libertad, publicando en diarios y revistas con el seudónimo de “Fígaro”. Su ideología política había ido evolucionando hacia un liberalismo progresista, influido por su amigo Espronceda. A pesar de su éxito como periodista, Larra se encontraba cada vez más decepcionado de la política, en la que había intentado intervenir como diputado. A esta decepción hay que unir la derivada de sus fracasos amorosos. Casado joven, su matrimonio no tuvo éxito y su esposa lo abandonó. Su relaciones con Dolores Armijo, mujer casada, fueron muy inestables, hasta que en febrero de 1837 se produjo la ruptura definitiva. Sumido en una fuerte depresión, el escritor se suicidó disparándose un pistoletazo.

Artículos periodísticos

Los artículos periodísticos de Larra se clasifican en tres grupos, artículos de costumbres, artículos políticos y artículos literarios.

-          Artículos de costumbres. Critican la sociedad española de su tiempo, atrasada e inculta. El costumbrismo de Larra es distinto del de los demás escritores, del género. No se basa en la nostalgia del pasado, sino en la defensa de la europeización, la modernización del país. Así, por ejemplo, en su famoso artículo “Vuelva usted mañana” critica la burocracia de los organismos oficiales. Su modelo es la sociedad francesa, que había conocido durante su infancia. Pero esta actitud es compatible con un decidido patriotismo, que le lleva a rechazar la absurda admiración por todo lo extranjero, derivada de “la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos”. Larra no pretende, pues describir tan sólo costumbres, sino sobre todo contribuir a reformarlas.

-          Artículos políticos. Atacan con dureza a los carlistas, partidarios del absolutismo, pero también a los gobiernos liberales de tendencia moderada.

-          Artículos literarios. Son comentarios sobre diversas obras literarias, en especial teatrales. A pesar de que, como autor es romántico, como crítico literario Larra se muestra ecléctico en la polémica entre neoclásicos y románticos: “No reconocemos magisterio literario en ningún país, menos en ningún hombre, menos en ninguna época, porque el gusto es relativo; no reconocemos una escuela absolutamente buena, porque no hay ninguna absolutamente mala”.

El estilo de sus artículos costumbristas responde su carácter periodístico. Larra pretende convences al público, y para ello emplea un estilo directo y sin complicaciones, aunque con un lenguaje muy cuidado. Casi siempre utiliza anécdotas o pequeños relatos inspirados en la vida cotidiana, que se convierten en confesión personal. Vuelca en ellos vivencias o sus sentimientos, como en “El día de difuntos de 1836”, en el que figuran patéticos pasajes: “Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo”.

Larra también cultivó otros géneros literarios. Su drama Macías y su novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente se basan en la historia del trovador medieval Macías, enamorado de una mujer casada. Sus amores tendrán un trágico final. El conflicto entre el amor y el matrimonio, entre el sentimiento y las normas sociales expresa el problema personal de Larra, enamorado de una mujer casada.

4. El teatro romántico

El drama romántico expresa el conflicto existencial de la época: el choque entre los ideales y la realidad, entre el individuo y la sociedad. El tema básico es el amor, un amor apasionado que choca contra las normas sociales. Las relaciones entre los amantes son conflictivas: ella está casada, pertenecen a clases sociales distintas…De ahí que casi siempre termine en tragedia, en la que abunda el suicidio. Este final desgraciado no supone una condena de la rebeldía amorosa, sino que los románticos defienden la conciencia individual, el sentimiento como norma de conducta por encima de las leyes y de las convenciones sociales. La defensa dela adulterio o el suicidio por amor provocaron grandes polémicas con los neoclásicos, que acusaron al teatro romántico de inmoral y de corruptor de la juventud.

Como la novela de la época, el drama romántico suele situarse en un marco histórico casi siempre medieval. Este marco no suele tener demasiado rigor histórico, ya que no se trata los problemas del hombre romántico, pero ambientándolos en la Edad Media.

La escenografía adquiere gran importancia, con predominio de ambientes medievales: castillos, monasterios, bosques… Esto va acompañado de una mejora de las condiciones materiales de los teatros, que se convierten en locales construidos expresamente para su función, en sustitución de los precarios patios de comedias. Arranca de esa época la distribución del teatro de escenario, patio de butacas, palcos, etc. Paralelamente, adquieren gran desarrollo aspectos técnicos como el vestuario, los decorados, los efectos de luz y sonido…

Los románticos prescindieron de las reglas neoclásicas, así como de la intencionalidad moralizante que tenía el teatro del siglo XVIII. Ahora, la finalidad no es educar al público, sino conmoverlo, emocionarlo. Los dramaturgos románticos vacilaron entre el empleo del verso o de la prosa en sus obras, llegando a veces a mezclarlos, pero finalmente se impuso el verso, que perduraría hasta bien entrado el siglo XX.

En España no pudieron estrenarse dramas románticos hasta el cambio de régimen político derivado de la muerte de Fernando VII (1833). Desde entonces fueron sucediéndose los estrenos de obras importantes. En 1834, La conjuración de Venecia, de Francisco Martínez de la Rosa, y Macías, de Larra. En 1835, Don Álvaro, del duque de Rivas. En 1836, El trovador, de García Gutiérrez. En 1837, Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch. La década de los cuarenta está dominada por las obras de Zorrilla: El zapatero y el rey (1840), El pañal del godo (1843), Don Juan Tenorio (1844), Traidor, inconfeso y mártir (1847).

4.1 El duque de Rivas

Nacido en Córdoba, de familia aristocrática, se educó en Madrid. A los dieciséis años se hizo militar, y pronto participó en la guerra de la Independencia, siendo gravemente herido en la batalla de Ocaña (1809). Acabó la guerra con el grado de coronel de caballería, instalándose en Sevilla. Cuando Fernando VII restableció el absolutismo, fue perseguido por sus ideas liberales y condenado a muerte. Huyó a Londres en 1823 y después vivió en medio de dificultades económicas en Italia, Malta y Francia. En 183, después de la muerte de Fernando VII, pudo volver a España, donde heredó el título de duque de Rivas y una gran fortuna. Intervino en política como ministro diputado y embajador en varias ocasiones. En los primeros años de su regreso a España mantuvo posiciones progresistas, pero después sus ideas evolucionaron hacia el conservadurismo, manteniéndose fiel al general Narváez.

El teatro del duque de Rivas tiene dos etapas, una neoclásica y otra romántica. A la primera pertenecen tragedias de tema cívico como Lanuza (1822), alegato contra la tiranía y el oscurantismo; y comedias costumbristas influidas por Moratín, como Tanto vales cuanto tienes (1828). Don Álvaro, escrita en 1833, antes del regreso de Rivas a España, marca el giro hacia el Romanticismo. Escribió después varios dramas históricos sin demasiado interés (Solaces de un prisionero, La morisca de Alajuar, El crisol de la lealtad). Y también una obra importante, El desengaño de un sueño (1842), drama alegórico-fantástico inspirado en La vida es sueño.

Don Álvaro o la fuerza del sino

La obra más importante del duque de Rivas es Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), que supuso el triunfo definitivo del Romanticismo en España. Este drama rompe totalmente con el estilo neoclásico. No sigue las tres unidades, ya que la obra transcurre en varios años y en distintos lugares y mezcla lo trágico y lo cómico. Consta de cinco jornadas o actos, ambientados en cinco lugares distintos. Intercala escenas en prosa con otras en verso, así como fragmentos con un lenguaje retórico y culto con otros en los que se reproduce el habla popular. Rivas, que fue dibujante y pintor, construye las escenas como cuadros, concediendo gran importancia a los efectos escénicos. La iluminación y el sonido realzan el sentido de ciertas escenas. Por ejemplo, cuando don Álvaro, embozado en una capa, aparece por primera vez en escena, es el atardecer, y se va oscureciendo el teatro, subrayando así el carácter misterioso del personaje y anticipando su oscuro destino. Este conjunto de técnicas teatrales, basadas en el contraste, sorprendió y conmovió al público y a los críticos de la época, que reaccionaron con actitudes apasionadas, tanto favorables como desfavorables.

La ambientación de Don Álvaro se aparta de los típicos escenarios medievales del drama romántico, ya que está situado en el siglo XVIII. Su tema principal es la fatalidad, el sino, que persigue al protagonista.

Mientras se encuentra conversando a escondidas con su amada, doña Leonor, es descubierto por el padre de ésta. Don Álvaro o mata de manera accidental, involuntaria. Se separa de su amada y huye a Italia, pero es perseguido por un hermano de doña Leonor, que es muerto es un duelo por don Álvaro. Se hace monje y se refugia en un convento aislado en el monte, pero es localizado y desafiando por Don Alfonso, otro hermano de doña Leonor. Don Álvaro lo hiere mortalmente. Aparece Leonor, convertida en penitente de una ermita cercana. Su hermano, agonizante, la mata, y don Álvaro se suicida.

José Zorrilla
José Zorrilla

4.2 José Zorrilla

José Zorrilla (1817-1893) nació en Valladolid. Su padre, jefe de policía durante el período absolutista, se opuso siempre a su temprana vocación literaria, obligándole a estudiar Derecho en las universidades de Toledo y Valladolid. En 1836 huyó de su casa y se marchó a Madrid, donde pasó un período de bohemia hasta que se dio a conocer con un poema recitado durante el entierro de Larra (1837). Su matrimonio con una viuda bastante mayor que él fue un fracaso. Estuvo unos años en París, donde se relacionó con los principales escritores franceses: Dumas, Sand, Musset. En 1854 se trasladó a México, donde llevó una vida pobre y solitaria, sin mezclarse en la guerra civil que dividía el país. Esta marginación terminó en 1864, cuando se convirtió en poeta e la corte el emperador Maximiliano, impuesto por Francia y que sería derrocado y fusilado por los mexicanos. En 1866 Zorrilla volvió a España, cuando el Romanticismo ya estaba en decadencia, pero siguió gozando de gran popularidad. En su vejez, en 1889, se le rindió un homenaje en Granda, en el que la reina María Cristina lo coronó con un laurel de oro, consagrándolo así como poeta nacional.

Zorrilla es el escritor más famoso y representativo del Romanticismo español. Aunque las ideas y sentimientos que transmite son bastante tópicos, su gran aceptación se debió a su verso fácil y sonoro, así como a sus temas, tomados de la historia nacional y las tradiciones populares y siempre enfocados desde una perspectiva patriótica y religiosa.

Su obra dramática abarca una treintena de obras, que pueden clasificarse de acuerdo con su temática en dramas bíblicos, de enredo e históricos.

-          Dramas bíblicos. Son La creación y el diluvio, sobre el pecado de Adán y Eva: El diluvio universal, sobre Noé; Pilatos, sobre la leyenda del judío errante.

-          Dramas de enredo. Son obras de trama complicada, con amoríos y rivalidades que recuerdan las comedias de capa y espada del período barroco, incluso en los títulos: Vivir loco y morir más, Ganar perdiendo, Más vale llegar a tiempo que rondar un año.

-          Dramas históricos. Integran la mayoría de la producción teatral de Zorrilla. Aunque algunos de basan en la historia romana, predominan los de tema español. Situados en el período visigodo, encontramos El puñal del godo y La calentura, sobre don Rodrigo. En la Edad Media se desarrollan El molino de Guadalajara y El zapatero y el rey, sobre Pedro el Cruel. En el período de los Austrias, se ambienta el drama Traidor, inconfeso y mártir, sobre un impostor que trata de suplantar al rey don Sebastián de Portugal.

Don Juan Tenorio

Sin duda, su obra teatral más famosa es Don Juan Tenorio (1844), basada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina y en El estudiante de Salamanca, de Espronceda. Pero Zorrilla en esta obra introduce una importante modificación en el argumento tradicional: don Juan se enamora sinceramente de doña Inés, mujer inocente y angelical. Es precisamente la fuerza de este amor la que le permite redimir su vida escandalosa y salvar su alma, reuniéndose en el cielo con su amada.

La obra está ambientada en Sevilla, en el siglo XVI, y se divide en dos partes: la primera de cuatro actos y la segunda de tres.

La primera parte de la obra expone la vida libertina de don Juan, la seducción y rapto de doña Inés, monja bellísima y angelical. La segunda parte, cuando ya ha muerto de pena doña Inés, trata de la transformación que llevará a don Juan a la redención, tras la famosa escena en la que el seductor desafía a la estatua del Comendador, padre de doña Inés. La primera parte tiene un ritmo acelerado, provocado por las continuas aventuras del protagonista; la segunda, en cambio, tiene un sentido más simbólico y psicológico, que exige menos acción.

La obra tuvo enseguida un éxito extraordinario, que se prolongó durante largo tiempo, Don Juan Tenorio se convirtió en un clásico del teatro español, creándose la tradición de representarla cada año el día de Difuntos.

El éxito de Don Juan se explica por diversas razones. Zorrilla se sirve de un personaje mítico, que ya había sido abordado por grandes escritores (Tirso, Molière, Byron, Espronceda…). Su mérito radica en haber sabido adaptar el mito a la mentalidad romántica y, sobre todo, en haber creado el personaje de doña Inés, que carece de antecedentes. Por otra parte, Zorrilla maneja con maestría la acción dramática, concentrándola en el protagonista y dándole un ritmo rápido, que atrapa el interés del espectador. Por último, se apoya en una versificación variada, de ritmo altisonante, pero fluido y fácil. Este hecho favoreció que el público enseguida aprendiera de memoria fragmentos enteros de la obra.

 

5. El posromanticismo

En 1830 –cuando el Romanticismo todavía no se había introducido en España-, autores como Balzac, Stendhal y Dickens ya publicaban importantes novelas realistas. Hacia 1845 el Romanticismo español ya estaba agotando, pero no fue sustituido por una literatura plenamente realista hasta 1870. Denominamos Posromanticismo al período de transición que va desde 1845 hasta 1870, en el que coexisten diversas tendencias literarias. El Romanticismo exaltado de la primera época va dando paso a una mentalidad mucho más moderada y escéptica, que anticipa el Realismo.

Desde el punto de vista político, el período que va desde 1850 hasta 1868 se caracteriza por la vacilación, por la indecisión a la hora de afrontar la modernización del país. La efímera revolución democrática de 1854 no contó con la fuerza suficiente para contrarrestar el conservadurismo de los sectores vinculados al Antiguo Régimen, que siguieron monopolizando el poder como habían hecho hasta entonces. Narváez, jefe del partido moderado, se turna en el poder con O’Donnell, creador de la Unión Liberal, que se presentó como una opción de centro. Finalmente, la revolución de 1868 acabará destronando a Isabel II e intentará sentar las bases de un régimen democrático, primero con la monarquía de Amadeo I (1871-1871), después con la I República (1873). La proclamación de Alfonso XII (1874) abriría un largo período de estabilidad política que conocemos como Restauración.

En España, la literatura del período 1845-1870 es ecléctica, es decir, oscila entre la pervivencia del Romanticismo y la búsqueda de nuevos caminos de carácter prerrealista. Sin embargo, el Realismo pleno, vinculado, como hemos visto, a la consolidación de la burguesía, no podrá darse hasta después de la revolución de 1868.

5.1 La poesía posromántica

La lírica del período se caracteriza por reaccionar en contra del espíritu y el estilo de la generación romántica anterior. Esta reacción poética se hizo, sin embargo, desde, posiciones muy diversas. Podemos señalar varias tendencias:

-          Poesía irónica y desengañada, que se expresará a través de un lenguaje marcadamente prosaico. Su principal representante es Campoamor.

-          Poesía ideológica, de temática filosófica, religiosa y social, que se expresa con un estilo retórico, y que tiene a Núñez de Arce como poeta más representativo.

-          Poesía subjetiva, intimista, que utiliza el poema breve y un lenguaje sencillo, pero poético. Bécquer y Rosalía de Castro son los máximos exponentes de este tipo de poesía.

La primera y la segunda tendencia son afines a la mentalidad positivista, que, aplicada a la literatura, dará espléndidos frutos literarios en la novela realista. La tercera tendencia está, sin embargo, mucho más cerca del espíritu romántico.

Gustavo Adolfo Bécquer
Gustavo Adolfo Bécquer

5.2 Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida (1836-1870) nació en Sevilla. Pronto adoptó el apellido de sus antepasados, los Bécquer, que procedían de los países Bajos y se habían establecido en Sevilla en el siglo XVII. Su infancia estuvo marcada por la temprana muerte de su padre (1841), pintor costumbrista que gozó de cierta fama, y la de su madre, seis años después. Su orfandad le llevó primero al Colegio de San Telmo, donde se estudiaban las técnicas de navegación, después a casa de su madrina, en la que se desarrolló su afición a los libros y a la poesía. Estudió pintura en el taller de un tío suyo, pero a los 18 años decidió irse a vivir a Madrid para triunfar como poeta. En la capital pasó dificultades económicas. Bécquer tuvo que realizar trabajos periodísticos, traducciones, libretos de zarzuelas…Incluso trabajó como administrativo en un ministerio, del que lo despidieron al sorprenderle realizando dibujos fantasiosos. En 1857 dirigió un ambicioso proyecto editorial, la Historia de los templos de España, que se interrumpió al cabo de unos meses por razones económicas.

En 1858, Bécquer conoció y se enamoró platónicamente de Julia Espín, que más adelante sería una conocida cantante de ópera. Ella arece ser la inspiradora de una parte de las Rimas, que empezó a escribir en esa época.

Los apuros económicos del poeta acabaron a finales de 1860, cuando se colocó como redactor de El Contemporáneo, diario conservador en el que publicó artículos diversos y buena parte de sus leyendas. Pasó varias temporadas en el monasterio de Veruela, cerca del Moncayo, en compañía de su hermano Valeriano, pintor costumbrista. Durante un tiempo ejerció el cargo de censor de novelas, que le proporcionó su amigo y protector, el ministro González Bravo, jefe del partido moderado. Bécquer participó en la agitada vida política de su época como periodista de varios diarios del partido de González Bravo. Esto le perjudicó cuando se produjo la revolución de 1868, que derrocó a Isabel II y provocó la caída de su amigo y protector, último primer ministro de la reina. Bécquer perdió su cargo de censor de novelas y tuvo que volver a dedicarse a colaborar en la prensa. No fue feliz en su matrimonio con Casta Esteban, con la que se había casado en 1861 y de la que tuvo dos hijos. Ella no le fue fiel, y vivieron separados durante largo tiempo.


Las Rimas

La obra poética de Bécquer es breve, pero muy valiosa. Sus Rimas se componen de unos noventa poemas cortos, divididos en cuatro apartados temáticos: la poesía (rimas I-X); el amor ilusionado (XI-XXIX); el fracaso amoroso y el desengaño (XXX-LX), la soledad y la muerte (LII-LXXVI).

Se trata, pues, de una poesía subjetiva, que expresa las vivencias del poeta. El estilo es sencillo, sin retórica, pero de una gran perfección formal. Bécquer crea un tipo de estrofas nuevas, con preferencia por la rima asonante. De esta manera, el contenido del poema se expresa sin retórica, pero con intensidad. Bécquer contrapone la poesía que se basa en la musicalidad del verso, como la de Espronceda o Zorrilla, a la que brota calladamente del corazón: “Hay una poesía magnífica y sonora –dice en un artículo periodístico-; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua […] Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye; y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía”.

Estas innovaciones reciben la doble influencia de la lírica romántica alemana –en especial de Heine- y de las canciones populares andaluzas. Ambas escuelas se basaban en el folclore popular. La renovación poética emprendida por Bécquer no se hizo de manera aislada, sino junto a otros poetas menos conocidos; augusto Ferrán, Eulogio Florentino Sanz, etc., que seguían la misma tendencia.

La poesía de Bécquer tendrá una enorme influencia posterior, por lo que podemos considerarlo como el precursor de varias tendencias de la poesía contemporánea. Esta influencia se hace visible en los grandes poetas del siglo XX: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y los poemas del 27, en especial Luis Cernuda y Rafael Alberti.

Obras en prosa

Bécquer escribió también numerosos textos en prosa, de gran calidad literaria. Buena parte de ellos son de carácter periodístico, y aparecieron como artículo en la prensa de la época.

La Historia de los templos de España era un ambicioso proyecto que pretendía describir la historia, las leyendas y las bellezas de todos los edificios religiosos de España. Se basaba en los Recuerdos y bellezas de España (1843), del poeta catalán Pablo Piferrer. Bécquer era el director de la obra y también redactó algunos apartados de la misma. Pero sólo llegó a publicarse el primer tomo, dedicado a las iglesias de Toledo. La Historia de los templos de España refleja la administración que Bécquer sentía por los monumentos medievales, que luego incorporará a sus leyendas: “En el fondo de mi alma consagro, como una especie de culto, una veneración profunda por todo lo que pertenece al pasado, y las poéticas tradiciones, las derruidas fortalezas, los antiguos usos de nuestra vieja España tienen para mí todo ese indefinible encanto, esa vaguedad misteriosa de la puesta del sol en un día espléndidos”.

Además de sus descripciones de varios templos toledanos en la Historia de los templos de España, tienen especial interés las cartas que con el título de Desde mi celda el poeta publicó en El Contemporáneo durante su estancia en el monasterio de Veruela. Son textos en los que se combina la descripción paisajística con la confesión personal. También dio a conocer en el mismo periódico unas Cartas literarias a una mujer, en las que expone su concepto de poesía.

De su producción en prosa destacan las Leyendas, que se publicaron en la prensa entre 1858 y 1864. Se trata de relatos fantásticos ambientados en su mayoría en la Edad Media. En ellas Bécquer expresa, mediante una prosa que con frecuencia alcanza resonancias poéticas, su problemática íntima: la búsqueda de la mujer ideal, el desengaño…Son especialmente conocidas: El monte las ánimas, Los ojos verdes, Maese Pérez el organista, El rayo de luna, La corza blanca, El beso, etc.

Rosalía de Castro
Rosalía de Castro

5.3 Rosalía de Castro

Rosalía de Castro (1837-1885) nació en Santiago de Compostela. Tuvo una infancia solitaria y enfermiza, agravada por el hecho de que su padre nunca pudo reconocerla porque más tarde se ordenó sacerdote. Pasó sus primeros años en una aldea cercana a Santiago, separada de su madre, y sólo pudo cursar estudios primarios. En 1856 se trasladó a Madrid, donde publicó su primer libro de poesías en castellano, titulado La flor. En 1858 se casó con Manuel Murguía, destacado intelectual gallego, que contribuyó a la formación cultural de la escritora. El matrimonio, aquejado de frecuentes desavenencias y dificultades económicas, residió en La Coruña, Santiago y Padrón. Tuvieron seis hijos, de los que varios murieron con pocos años. Rosalía se dedicado al cuidado de su familia, sin abandonar la creación literaria. Un cáncer puso fin a su desgraciada vida.

Rosalía publicó diversas novelas y textos costumbristas en castellano. De su narrativa destaca El caballero de las botas azules (1867), relato peculiar, la margen de las corrientes novelísticas de su tiempo. El protagonista, duque de la Gloria, es una especie de don Quijote que pretende regenerar las corruptas costumbres de la aristocracia madrileña.

Obra poética

La obra poética de Rosalía de Castro se compone de dos libros en gallego, Cantares gallegos (1863) y follas novas (1880), que supusieron el renacimiento de la poesía gallega, y uno en castellano: En las orillas del Sar (1884)

Aunque Rosalía de Castro vivió y escribió en el período de auge del Realismo, su obra se aparta de las corrientes dominantes de su tiempo, constituyendo un enlace, aislado pero importante, entre la poesía becqueriana y la modernista. Como Bécquer, Rosalía de Castro utilizó un estilo muy personal, sencillo y directo, que pretende comunicar los contenidos sin complicaciones formales. Pero tal sencillez es resultado de un gran dominio de las técnicas poéticas. Rosalía rechazó las estrofas clásicas y creó otras nuevas, basadas preferentemente en la asonancia. Algunas de sus innovaciones métricas, como el uso de alejandrinos, anticipan las de la poesía modernista. Destaca también la perfecta fusión de los sentimientos personales con la descripción del paisaje de su tierra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ACTIVIDADES

 

Canción del pirata, de José de Espronceda

Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela,

no corta el mar, sino vuela,

un velero bergantín;

bajel pirata que llaman

por su bravura el Temido

en todo el mar conocido

del uno al otro confín.

 

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

Y allá a su frente Estambul:

 

-Navega, velero mío,

  sin temor

que ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanza

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

 

Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

 

Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra,

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío

a quien nadie impuso leyes.

 

Y no hay playa

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

 

A la voz de ¡barco viene!,

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar:

que yo soy el rey del mar

y mi furia es de temer.

 

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual:

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

 

¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río:

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena

colgaré de alguna antena

quizá en su propio navío.

 

Y si caigo,

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di

cuando el yugo

del esclavo

como un bravo sacudí.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

 

Son mi música mejor

aquilones,

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.

 

Y del trueno

al son violento,

y del viento,

al rebramar,

yo me duermo

sosegado,

arrullado

por el mar.

 

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad;

mi ley, la fuerza y el viento;

mi única patria, la mar.

 

1. ¿Qué ideales románticos encarna la figura arrogante y solitaria del pirata?

2. Analiza el estribillo y relaciónalo con las características del Romanticismo.

3. Algunas imágenes poéticas tienen gran fuerza plástica. Señálalas y di qué recurso literario constituyen.

4. ¿En qué lugar geográfico se sitúa el barco pirata? En contraste con esta precisión espacial, ¿contiene el poema referencias a la época en que se sitúa la acción?

5. ¿Puede deducirse la nacionalidad del capitán pirata? ¿A qué o a quién se alude como “el inglés”?

6. En el poema es frecuente el vocabulario relacionado con el sonido. Recopila algunas palabras o expresiones relacionadas con ese concepto.

7. Comenta las abundantes hipérboles que aparecen en el poema.

 

 

 

Canto a Teresa, El diablo mundo, José de Espronceda

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan.

 

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
al sol de mi esperanza desplegando,
pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

 

Aun parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.


 

Y aun miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de Mayo serenas alboradas:
y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono y de amor y de caricias.

 

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura;
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

 

Y llegaron en fin. . . ¡Oh! ¿quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.

 

¿Cómo caíste despeñado al suelo,
astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
a este valle de lágrimas odioso?
aun cercaba tu frente el blanco velo
del serafín, y en ondas fulguroso
rayos al mundo tu esplendor vertía,
y otro cielo el amor te prometía.

 

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,
o mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego.

 

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso!. . . Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío:
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa,
donde vil polvo tu beldad reposa.


Contino: continuamente


Espronceda escribe este texto haciendo uso de una versión de un tópico literario, formulado por Dante en la Divina Comedia: “Ningún dolor más grande que recordar el tiempo feliz en la desdicha”


1. Localización del texto: Fragmento que pertenece a...de...

2. Comprensión del texto. Relaciona el tema con el desengaño romántico.

3. Estructura del poema en general y del fragmento (métrica y rima).

4. Estilo (tipos de oraciones, tópicos, léxico, recursos literarios).

5. Conclusión (fragmento típico del... que plantea los temas de...La visión... del yo poético)


Rima LII, Gustavo Adolfo Bécquer

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remo
tas,
envuelto entre la sábana de espumas,
        ¡llevadme con vosotras!

  Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
        ¡llevadme con vosotras!

  Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
        ¡llevadme con vosotras!

  Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
        con mi dolor a solas!

 

1. El poema está construido a partir del paralelismo, que se rompe en la estrofa final. ¿Qué elementos estructurales se repiten? Explícalo.

2. El yo poético se dirige a determinados seres de la naturaleza. ¿Cuáles son y qué características personificadoras les atribuye? ¿De qué manera se identifican con su estado de ánimo?

3. ¿Qué les pide a esos elementos naturales la voz del poeta? ¿Por qué? ¿Cuál sería el tema de esta rima?

4. Señala algún hipérbaton y alguna aliteración e indica qué función tienen en el texto. ¿Qué recurso crees que constituye la expresión “sábanas de espumas” (verso 3)? Explícalo.

5. Analiza la métrica. ¿Se corresponde con algún tipo de estrofa? Compruébalo.

6. ¿Qué aspectos de esta rima son plenamente románticos? Comenta la relación entre la naturaleza y los sentimientos del yo poético.

 

A buen juez, mejor testigo de José Zorrilla

«Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
que un hombre ha entrado en su ausencia
dentro mi aposento sabe,
y así quien mancha mi honra
con la suya me la lave;
o dadme mano de esposo,
o libre de vos dejadme.»
Miróla Diego Martínez
atentamente un instante,
y echando a su lado el embozo
repuso palabras tales:
«Dentro de un mes, Inés mía,
parto a la guerra de Flandes;
al año estaré de vuelta
y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
con honra mía se lave,
que por honra vuelven honra
hidalgos que en honra nacen.»
«Júralo», exclama la niña.
«Más que mi palabra vale
no te valdrá un juramento.»
«Diego, la palabra es aire.»
« ¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste.»
«No me basta; que olvidar
puedes la palabra en Flandes.»
«¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?»
«Que a los pies de aquella imagen
lo jures como cristiano
del Santo Cristo delante.»
Vaciló un punto Martínez.
Mas porfiando que jurase,
llevóle Inés hacia el templo
que en medio la Vega yace.
Enclavado en un madero,
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
descolorido el semblante,
víase allí un crucifijo
teñido de negra sangre
a quien Toledo devota
acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
llegaron ambos amantes,
y haciendo Inés que Martínez
los sagrados pies tocase,
preguntóle

  «Diego, ¿juras
a tu vuelta desposarme?»
Contestó el mozo:

  «¡Sí, juro!»,
y ambos del templo se salen.

 

1. ¿A qué acuerdo llegan los dos protagonistas? ¿Ante quién jura Diego Martínez?


El señor de Bembibre, Enrique Gil y Carrasco

-Hija mía -la dijo don Alonso-, ya sabes que Dios nos privó de tus hermanos y que tú eres la esperanza única y postrera de nuestra casa.

-Sí, señor -respondió ella con su voz dulce y melodiosa.

-Tu posición, por consiguiente -continuó su padre-, te obliga a mirar por la honra de tu linaje.

-Sí, padre mío, y bien sabe Dios que ni por un instante he abrigado un pensamiento que no se aviniese con el honor de vuestras canas y con el sosiego de mi madre.

-No esperaba yo menos de la sangre que corre por tus venas. Quería decirte, pues, que ha llegado el caso de que vea logrado el fruto de mis afanes y coronados mis más ardientes deseos. El conde de Lemus, señor el más noble y poderoso de Galicia, favorecido del rey y muy especialmente del infante don Juan, ha solicitado tu mano y yo se la he concedido.

-¿No es ese conde el mismo -repuso doña Beatriz- que, después de lograr de la noble reina doña María el lugar de Monforte en Galicia, abandonó sus banderas para unirse a las del infante don Juan?

-El mismo -contestó don Alonso, poco satisfecho de la pregunta de su hija-, ¿y qué tenéis que decir dél?

-Que es imposible que mi padre me dé por esposo un hombre a quien no podría amar, ni respetar tan siquiera.

-Hija mía -contestó don Alonso con moderación, porque conocía el enemigo con quien se las iba a haber y no quería usar de violencia sino en el último extremo-, en tiempo de discordias civiles no es fácil caminar sin caer alguna vez, porque el camino está lleno de escollos y barrancos.

-Sí -replicó ella-, el camino de la ambición está sembrado de dificultades y tropiezos, pero la senda del honor y la caballería es lisa y apacible como una pradera. El conde de Lemus sin duda es poderoso, pero aunque sé de muchos que le temen y odian, no he oído hablar de uno que le venere y estime.

Aquel tiro, dirigido a la desalmada ambición del de Lemus, que sin saberlo su hija venía a herir a su padre de rechazo, excitó su cólera en tales términos que se olvidó de su anterior propósito y contestó con la mayor dureza:

-Vuestro deber es obedecer y callar, y recibir el esposo que vuestro padre os destine.

-Vuestra es mi vida -dijo doña Beatriz-, y si me lo mandáis, mañana mismo tomaré el velo en un convento; pero no puedo ser esposa del conde de Lemus.

-Alguna pasión tenéis en el pecho, doña Beatriz -contestó su padre dirigiéndola escrutadoras miradas-. ¿Amáis al señor de Bembibre? -le preguntó de repente.

-Si, padre mío -respondió ella con el mayor candor.

-¿Y no os dije que le despidierais?

-Y ya le despedí.

-¿Y cómo no despedisteis también de vuestro corazón esa pasión insensata? Preciso será que la ahoguéis entonces.

-Si tal es vuestra voluntad, yo la ahogaré al pie de los altares; yo trocaré por el amor del esposo celeste el amor de don Álvaro, que por su fe y su pureza era más digno de Dios, que no de mí, desdichada mujer. Yo renunciaré a todos mis sueños de ventura, pero no lo olvidaré en brazos de ningún hombre.

-Al claustro iréis -respondió don Alonso, fuera de sí de despecho-, no a cumplir vuestros locos antojos, no a tomar el velo de que os hace indigna vuestro carácter rebelde, sino a aprender en la soledad, lejos de mi vista y de la de vuestra madre, la obediencia y el respeto que me debéis.

Diciendo esto salió del aposento airado, y cerrando tras sí la puerta con enojo dejó solas a madre y a hija que, por un impulso natural y espontáneo, se precipitaron una en brazos de la otra; doña Blanca deshecha en lágrimas, y doña Beatriz comprimiendo las suyas con trabajo, pero llena interiormente de valor.

 

1. Resume el argumento de este fragmento.

 

 

 

El casarse pronto y mal, de Mariano José de Larra

Así como tengo aquel sobrino de quien he hablado en mi artículo de empeños y desempeños, tenía otro no hace mucho tiempo, que en esto suele venir a parar el tener hermanos. Éste era hijo de una mi hermana, la cual había recibido aquella educación que se daba en España no hace ningún siglo: es decir, que en casa se rezaba diariamente el rosario, se leía la vida del santo, se oía misa todos los días, se trabajaba los de labor, se paseaba las tardes de los de guardar, se velaba hasta las diez, se estrenaba vestido el domingo de Ramos, y andaba siempre señor padre, que entonces no se llamaba «papá», con la mano más besada que reliquia vieja, y registrando los rincones de la casa, temeroso de que las muchachas, ayudadas de su cuyo, hubiesen a las manos algún libro de los prohibidos, ni   -pág. 11-   menos aquellas novelas que, como solía decir, a pretexto de inclinar a la virtud, enseñan desnudo el vicio. No diremos que esta educación fuese mejor ni peor que la del día, sólo sabemos que vinieron los franceses, y como aquella buena o mala educación no estribaba en mi hermana en principios ciertos, sino en la rutina y en la opresión doméstica de aquellos terribles padres del siglo pasado, no fue necesaria mucha comunicación con algunos oficiales de la guardia imperial para echar de ver que si aquel modo de vivir era sencillo y arreglado, no era sin embargo el más divertido. ¿Qué motivo habrá, efectivamente, que nos persuada que debemos en esta corta vida pasarlo mal, pudiendo pasarlo mejor? Aficionose mi hermana de las costumbres francesas, y ya no fue el pan pan, ni el vino vino: casose, y siguiendo en la famosa jornada de Vitoria la suerte del tuerto Pepe Botellas, que tenía dos ojos muy hermosos y nunca bebía vino, emigró a Francia.

Excusado es decir que adoptó mi   -pág. 12-   hermana las ideas del siglo; pero como esta segunda educación tenía tan malos cimientos como la primera, y como quiera que esta débil humanidad nunca supo detenerse en el justo medio, pasó del Año Cristiano a Pigault Lebrun, y se dejó de misas y devociones, sin saber más ahora por qué las dejaba que antes por qué las tenía. Dijo que el muchacho se había de educar como convenía; que podría leer sin orden ni método cuanto libro le viniese a las manos, y qué sé yo qué más cosas decía de la ignorancia y del fanatismo, de las luces y de la ilustración, añadiendo que la religión era un convenio social en que sólo los tontos entraban de buena fe, y del cual el muchacho no necesitaba para mantenerse bueno; que «padre» y «madre» eran cosa de brutos, y que a «papá» y «mamá» se les debía tratar de tú, porque no hay amistad que iguale a la que une a los padres con los hijos (salvo algunos secretos que guardarán siempre los segundos de los primeros, y algunos soplamocos   -pág. 13-   que darán siempre los primeros a los segundos): verdades todas que respeto tanto o más que las del siglo pasado, porque cada siglo tiene sus verdades, como cada hombre tiene su cara.

No es necesario decir que el muchacho, que se llamaba Augusto, porque ya han caducado los nombres de nuestro calendario, salió despreocupado, puesto que la despreocupación es la primera preocupación de este siglo.

Leyó, hacinó, confundió; fue superficial, vano, presumido, orgulloso, terco, y no dejó de tomarse más rienda de la que se le había dado. Murió, no sé a qué propósito, mi cuñado, y Augusto regresó a España con mi hermana, toda aturdida de ver lo brutos que estamos por acá todavía los que no hemos tenido como ella la dicha de emigrar; y trayéndonos entre otras cosas noticias ciertas de cómo no había Dios, porque eso se sabe en Francia de muy buena tinta. Por supuesto que no tenía el muchacho quince años y ya   -pág. 14-   galleaba en las sociedades, y citaba, y se metía en cuestiones, y era hablador y raciocinador como todo muchacho bien educado; y fue el caso que oía hablar todos los días de aventuras escandalosas, y de los amores de Fulanito con la Menganita, y le pareció en resumidas cuentas cosa precisa para hombrear enamorarse.

Por su desgracia acertó a gustar a una joven, personita muy bien educada también, la cual es verdad que no sabía gobernar una casa, pero se embaulaba en el cuerpo en sus ratos perdidos, que eran para ella todos los días, una novela sentimental, con la más desatinada afición que en el mundo jamás se ha visto; tocaba su poco de piano y cantaba su poco de aria de vez en cuando, porque tenía una bonita voz de contralto. Hubo guiños y apretones desesperados de pies y manos, y varias epístolas recíprocamente copiadas de la Nueva Eloísa; y no hay más que decir sino que a los cuatro días se veían los dos inocentes por la ventanilla de la puerta y escurrían su   -pág. 15-   correspondencia por las rendijas, sobornaban con el mejor fin del mundo a los criados, y por último, un su amigo, que debía de quererle muy mal, presentó al señorito en la casa. Para colmo de desgracia, él y ella, que habían dado principio a sus amores porque no se dijese que vivían sin su trapillo, se llegaron a imaginar primero, y a creer después a pies juntillas, como se suele muy mal decir, que estaban verdadera y terriblemente enamorados. ¡Fatal credulidad! Los parientes, que previeron en qué podía venir a parar aquella inocente afición ya conocida, pusieron de su parte todos los esfuerzos para cortar el mal, pero ya era tarde. Mi hermana, en medio de su despreocupación y de sus luces, nunca había podido desprenderse del todo de cierta afición a sus ejecutorias y blasones, porque hay que advertir dos cosas: Primera, que hay despreocupados por este estilo; y segunda, que somos nobles, lo que equivale a decir que desde la más remota antigüedad nuestros abuelos no   -pág. 16-   han trabajado para comer. Conservaba mi hermana este apego a la nobleza, aunque no conservaba bienes; y esta es una de las razones porque estaba mi sobrinito destinado a morirse de hambre si no se le hacía meter la cabeza en alguna parte, porque eso de que hubiera aprendido un oficio, ¡oh!, ¿qué hubieran dicho los parientes y la nación entera? Averiguose, pues, que no tenía la niña un origen tan preclaro, ni más dote que su instrucción novelesca y sus duettos, fincas que no bastan para sostener el boato de unas personas de su clase. Averiguó también la parte contraria que el niño no tenía empleo, y dándosele un bledo de su nobleza, hubo aquello de decirle:

-Caballerito, ¿con qué objeto entra usted en mi casa?

-Quiero a Elenita -respondió mi sobrino.

-¿Y con qué fin, caballerito?

-Para casarme con ella.

-Pero no tiene usted empleo ni carrera...

-Eso es cuenta mía.

-Sus padres de usted no consentirán...

-Sí, señor; usted no conoce a mis papás.

-Perfectamente;   -pág. 17-   mi hija será de usted en cuanto me traiga una prueba de que puede mantenerla, y el permiso de sus padres; pero en el ínterin, si usted la quiere tanto, excuse por su mismo decoro sus visitas...

-Entiendo.

-Me alegro, caballerito.

Y quedó nuestro Orlando hecho una estatua, pero bien decidido a romper por todos los inconvenientes.

Bien quisiéramos que nuestra pluma, mejor cortada, se atreviese a trasladar al papel la escena de la niña con la mamá; pero diremos, en suma, que hubo prohibición de salir y de asomarse al balcón, y de corresponder al mancebo; a todo lo cual la malva respondió con cuatro desvergüenzas acerca del libre albedrío y de la libertad de la hija para escoger marido, y no fueron bastantes a disuadirle las reflexiones acerca de la ninguna fortuna de su elegido: todo era para ella tiranía y envidia que los papás tenían de sus amores y de su felicidad; concluyendo que en los matrimonios era lo primero el amor, y que en cuanto a comer, ni   -pág. 18-   eso hacía falta a los enamorados, porque en ninguna novela se dice que coman las Amandas y los Mortimers, ni nunca les habían de faltar unas sopas de ajo.

Poco más o menos fue la escena de Augusto con mi hermana, porque aunque no sea legítima consecuencia, también concluía que los Padres no deben tiranizar a los hijos, que los hijos no deben obedecer a los padres: insistía en que era independiente; que en cuanto a haberle criado y educado, nada le debía, pues lo había hecho por una obligación imprescindible; y a lo del ser que le había dado, menos, pues no se lo había dado por él, sino por las razones que dice nuestro Cadalso, entre otras lindezas sutilísimas de este jaez.

Pero insistieron también los padres, y después de haber intentado infructuosamente varios medios de seducción y rapto, no dudó nuestro paladín, vista la obstinación de las familias, en recurrir al medio en boga de sacar   -pág. 19-   a la niña por el vicario. Púsose el plan en ejecución, y a los quince días mi sobrino había reñido ya decididamente con su madre; había sido arrojado de su casa, privado de sus cortos alimentos, y Elena depositada en poder de una potencia neutral; pero se entiende, de esta especie de neutralidad que se usa en el día; de suerte que nuestra Angélica y Medoro se veían más cada día, y se amaban más cada noche. Por fin amaneció el día feliz; otorgose la demanda; un amigo prestó a mi sobrino algún dinero, uniéronse con el lazo conyugal, estableciéronse en su casa, y nunca hubo felicidad igual a la que aquellos buenos hijos disfrutaron mientras duraron los pesos duros del amigo. Pero ¡oh, dolor!, pasó un mes y la niña no sabía más que acariciar a   -pág. 20-   Medoro, cantarle una aria, ir al teatro y bailar una mazurca; y Medoro no sabía más que disputar. Ello sin embargo, el amor no alimenta, y era indispensable buscar recursos.

Mi sobrino salía de mañana a buscar dinero, cosa más difícil de encontrar de lo que parece, y la vergüenza de no poder llevar a su casa con qué dar de comer a su mujer, le detenía hasta la noche. Pasemos un velo sobre las escenas horribles de tan amarga posición. Mientras que Augusto pasa el día lejos de ella en sufrir humillaciones, la infeliz consorte gime luchando entre los celos y la rabia. Todavía se quieren; pero en casa donde no hay harina todo es mohína; las más inocentes expresiones se interpretan en la lengua del mal humor como ofensas mortales; el amor propio ofendido es el más seguro antídoto del amor, y las injurias acaban de apagar un resto de la antigua llama que amortiguada en ambos corazones ardía; se suceden unos a otros los reproches; y el infeliz Augusto insulta a la mujer   -pág. 21-   que le ha sacrificado su familia y su suerte, echándole en cara aquella desobediencia a la cual no ha mucho tiempo él mismo la inducía; a los continuos reproches se sigue, en fin, el odio.

¡Oh, si hubiera quedado aquí el mal! Pero un resto de honor mal entendido que bulle en el pecho de mi sobrino, y que le impide prestarse para sustentar a su familia a ocupaciones groseras, no le impide precipitarse en el juego, y en todos los vicios y bajezas, en todos los peligros que son su consecuencia. Corramos de nuevo, corramos un velo sobre el cuadro a que dio la locura la primera pincelada, y apresurémonos a dar nosotros la última.

En este miserable estado pasan tres años, y ya tres hijos más rollizos que sus padres alborotan la casa con sus juegos infantiles. Ya el himeneo y las privaciones han roto la venda que ofuscaba la vista de los infelices: aquella amabilidad de Elena es coquetería a los ojos de su esposo; su noble orgullo, insufrible altanería; su garrulidad divertida   -pág. 22-   y graciosa, locuacidad insolente y cáustica; sus ojos brillantes se han marchitado, sus encantos están ajados, su talle perdió sus esbeltas formas, y ahora conoce que sus pies son grandes y sus manos feas; ninguna amabilidad, pues, para ella, ninguna consideración. Augusto no es a los ojos de su esposa aquel hombre amable y seductor, flexible y condescendiente; es un holgazán, un hombre sin ninguna habilidad, sin talento alguno, celoso y soberbio, déspota y no marido... en fin, ¡cuánto más vale el amigo generoso de su esposo, que les presta dinero y les promete aun protección! ¡Qué movimiento en él! ¡Qué actividad! ¡Qué heroísmo! ¡Qué amabilidad! ¡Qué adivinar los pensamientos y prevenir los deseos! ¡Qué no permitir que ella trabaje en labores groseras! ¡Qué asiduidad y qué delicadeza en acompañarla los días enteros que Augusto la deja sola! ¡Qué interés, en fin, el que se toma cuando le descubre, por su bien, que su marido se distrae con otra...!

  -pág. 23-  

¡Oh poder de la calumnia y de la miseria! Aquella mujer que, si hubiera escogido un compañero que la hubiera podido sostener, hubiera sido acaso una Lucrecia, sucumbe por fin a la seducción y a la falaz esperanza de mejor suerte.

Una noche vuelve mi sobrino a su casa; sus hijos están solos.

-¿Y mi mujer? ¿Y sus ropas?

Corre a casa de su amigo. ¿No está en Madrid? ¡Cielos! ¡Qué rayo de luz! ¿Será posible? Vuela a la policía, se informa. Una joven de tales y tales señas con un supuesto hermano han salido en la diligencia para Cádiz. Reúne mi sobrino sus pocos muebles, los vende, toma un asiento en el primer carruaje y hétele persiguiendo a los fugitivos. Pero le llevan mucha ventaja y no es posible alcanzarlos hasta el mismo Cádiz. Llega: son las diez de la noche, corre a la fonda que le indican, pregunta, sube precipitadamente la escalera, le señalan un cuarto cerrado por dentro; llama; la voz que le responde   -pág. 24-   le es harto conocida y resuena en su corazón; redobla los golpes; una persona desnuda levanta el pestillo. Augusto ya no es un hombre, es un rayo que cae en la habitación; un chillido agudo le convence de que le han conocido; asesta una pistola, de dos que trae, al seno de su amigo, y el seductor cae revolcándose en su sangre; persigue a su miserable esposa, pero una ventana inmediata se abre y la adúltera, poseída del terror y de la culpa, se arroja, sin reflexionar, de una altura de más de sesenta varas. El grito de la agonía le anuncia su última desgracia y la venganza más completa; sale precipitado del teatro del crimen, y encerrándose, antes de que le sorprendan, en su habitación, coge aceleradamente la pluma y apenas tiene tiempo para dictar a su madre la carta siguiente:

Madre mía: Dentro de media hora no existiré; cuidad de mis hijos, y si queréis hacerlos verdaderamente despreocupados, empezad por instruirlos... Que aprendan en el ejemplo de su padre   -pág. 25-   a respetar lo que es peligroso despreciar sin tener antes más sabiduría. Si no les podéis dar otra cosa mejor, no les quitéis una religión consoladora. Que aprendan a domar sus pasiones y a respetar a aquellos a quienes lo deben todo. Perdonadme mis faltas: harto castigado estoy con mi deshonra y mi crimen; harto cara pago mi falsa preocupación. Perdonadme las lágrimas que os hago derramar. Adiós para siempre.

Acabada esta carta, se oyó otra detonación que resonó en toda la fonda, y la catástrofe que le sucedió me privó para siempre de un sobrino, que, con el más bello corazón, se ha hecho desgraciado a sí y a cuantos le rodean.

No hace dos horas que mi desgraciada hermana, después de haber leído aquella carta, y llamándome para mostrármela, postrada en su lecho, y entregada al más funesto delirio, ha sido desahuciada por los médicos.

«Hijo... despreocupación... boda... religión...   -pág. 26-   infeliz...», son las palabras que vagan errantes sobre sus labios moribundos. Y esta funesta impresión, que domina en mis sentidos tristemente, me ha impedido dar hoy a mis lectores otros artículos más joviales que para mejor ocasión les tengo reservados.

El Pobrecito Hablador, n.º 7, 30 de noviembre de 1832.

 

1. El artículo critica los comportamientos demasiado apasionados, pero Larra llevó una vida amorosa poco acorde con las tesis que aquí defiende. Señala qué aspectos del artículo tienen un trasfondo autobiográfico.

2. El autor considera que los dos tipos de educación que describe fallan por no “detenerse en el justo medio”. ¿Cómo debería ser la educación ideal, según él?

3. Distingue los pasajes que son propios de un artículo de costumbres frente a los que son puramente narrativos.

4. Las intervenciones del autor son constantes a lo largo del texto. Localiza algunas y señala qué orientación tienen.

5. El Romanticismo se caracteriza por marginar la descripción de la sociedad contemporánea y preferir los ambientes medievales o exóticos. ¿Se cumple esta característica en el texto de Larra? ¿Puede considerarse un antecedente de la novela realista?

 

 

Don Álvaro o la fuerza del sino, Duque de Rivas

En la última escena de la obra se alcanza un clímax intensísimo. Don Álvaro hiere en duelo a don Alfonso, hermano de Leonor.

DON ALFONSO Ya lo conseguiste...

¡Dios mío! ¡Confesión!
Soy cristiano... Perdonadme... Salva mi alma...

DON ÁLVARO (Suelta la espada y queda como petrificado.)

¡Cielos!... ¡Dios mío!...
¡Santa Madre de los Ángeles!...
¡Mis manos tintas en sangre...
en sangre de Vargas!...

DON ALFONSO ¡Confesión! ¡Confesión!...

Conozco mi crimen y me arrepiento...
Salvad mi alma, vos que sois ministro del Señor...

DON ÁLVARO (Aterrado.)

¡No, yo no soy más que un réprobo,
presa infeliz del demonio!
Mis palabras sacrílegas aumentarían vuestra condenación.
Estoy manchado de sangre, estoy irregular...
Pedid a Dios misericordia...
Y... esperad... cerca vive un santo penitente...
podrá absolveros...
Pero está prohibido acercarse a su mansión...
¿Qué importa?: yo que he roto todos los vínculos,
que he hollado todas las obligaciones...

DON ALFONSO ¡Ah! por caridad, por caridad...
DON ÁLVARO Sí; voy a llamarlo... al punto...
DON ALFONSO Apresuraos, Padre... ¡Dios mío!

(DON ÁLVARO corre a la ermita y golpea la puerta).

DOÑA LEONOR (Dentro.) ¿Quién se atreve a llamar a esta puerta?

Respetad este asilo.

DON ÁLVARO Hermano, es necesario salvar un alma, socorrer a un moribundo:

venid a darle el auxilio espiritual.

DOÑA LEONOR (Dentro.) Imposible, no puedo, retiraos.
DON ÁLVARO Hermano, por el amor de Dios.
DOÑA LEONOR (Dentro.) No, no, retiraos.
DON ÁLVARO Es indispensable, vamos. (Golpea fuertemente la puerta)
DOÑA LEONOR (Dentro, tocando la campanilla).

¡Socorro! ¡Socorro!

 

 

Escena X

DOÑA LEONOR Huid, temerario; temed la ira del cielo.
DON ÁLVARO (Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.)

¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento!... ¡Es un espectro!...
Imagen adorada... ¡Leonor ¡Leonor!

DON ALFONSO (Como queriéndose incorporar.)

¡Leonor!... ¿Qué escucho? ¡Mi hermana!

DOÑA LEONOR (Corriendo detrás de don Álvaro.)

¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro!

DON ALFONSO ¡O furia! Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!...

¡Hipócritas!... ¡Leonor!!!

DOÑA LEONOR ¡Cielos!... ¡Otra voz conocida!... ¿Mas qué veo?...

(Se precipita hacia donde ve a DON ALFONSO.)

DON ALFONSO ¡Ves al último de tu infeliz familia!
DOÑA LEONOR (Precipitándose en los brazos de su hermano.)

¡Hermano mío!... ¡Alfonso!

DON ALFONSO (Hace un esfuerzo, saca un puñal, y hiere de muerte a Leonor.)

Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra...
Muero vengado. (Muere.)

DON ÁLVARO ¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor! ¿Eras tú?...

¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay!
(Sin osar acercarse a los cadáveres.)
Aún respira... aún palpita aquel corazón todo mío...
Ángel de mi vida... vive, vive... yo te adoro...
¡Te hallé, por fin... sí, te hallé... muerta! (Queda inmóvil.)

 

Escena última

Hay un rato de silencio; los truenos resuenan más fuertes que nunca, crecen los relámpagos, y se oye cantar a lo lejos el Miserere a la comunidad, que se acerca lentamente.

VOZ DENTRO.- ¡Aquí, aquí! ¡Qué horror!

(DON ÁLVARO vuelve en sí y luego huye hacia la montaña. Sale el PADRE GUARDIÁN con la comunidad, que queda asombrada.)

PADRE GUARDIÁN.- ¡Dios mío!... ¡Sangre derramada!... ¡Cadáveres!... ¡La mujer penitente!

TODOS LOS FRAILES.- ¡Una mujer!... ¡Cielos!

PADRE GUARDIÁN.- ¡padre Rafael!

DON ÁLVARO.- (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice.) Busca, imbécil, al padre Rafael... Yo soy un enviado del infierno, soy el demonio exterminador... Huid, miserables.

TODOS.- ¡Jesús, Jesús!

DON ÁLVARO.- Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...! (Sube a lo más alto del monte y se precipita.)

EL PADRE GUARDIÁN Y LOS FRAILES.- (Aterrados y en actitudes diversas.) ¡Misericordia, Señor! ¡Misericordia!

 

1. Señala las principales casualidades que aparecen en estas escenas. ¿Te parecen verosímiles? ¿Qué relación tienen con el tema básico de la obra, expresado en el título?

2. Señala la importancia que tienen los efectos escénicos en este texto.

3. Indica los recursos destinados a dar a los diálogos un tono enfático y ejemplifícalos tomando como base el texto.

 

Don Juan Tenorio, José Zorrilla
(Fragmento del cuarto acto)

Cálmate, pues, vida mía;
reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.

¡ Ah ! ¿ No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor ?

Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿ no es cierto, paloma mía,
que está respirando amor ?

Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador,
llamando al cercano día,
¿ no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor ?

Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿ no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor ?

Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse a no verlas
de sí mismas al calor,
y ese encendido rubor
que en tu semblante no había,
¿ no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor ?

¡ Oh ! Sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos,
escucharme sin enojos
como lo haces, amor es;
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.

Doña Inés:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,               
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.               
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece               
se arde mi corazón.
¡Ah!, me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,               
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,               
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.               
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,               
y el amor que negó a Dios.
¡Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,               
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío               
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.               
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,               
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro               
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.               

              

Don Juan:
¿Alma mía! Esa palabra               
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.               
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí;
es Dios, que quiere por ti               
ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal               
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz               
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso, voraz.               
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies               
capaz aún de la virtud.
Sí, iré mi orgullo a postrar
ante el buen Comendador,               
y o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar.         

 

1. Explica las importantes y repentinas transformaciones psicológicas que en esta escena sufren tanto doña Inés como don Juan.

2. Analiza la métrica y la rima.

3. Esta escena, llamada “del sofá”, es la más famosa de la obra. Sin embargo, Zorrilla la consideraba “un delirio de mi fantasía”, “falsa y descolorida”. ¿Cuál es tu valoración? ¿Crees que estos veos mantienen todavía hoy el atractivo que tuvieron a lo largo del tiempo para varias generaciones de espectadores?

 


Rima IV, Gustavo Adolfo Bécquer


No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

 

1. ¿En qué consiste la poesía, según Bécquer?

2. Explica la frase: “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”

3. Analiza la métrica y la rima.

4. Analiza la estructura paralelística del poema y explica el tema de cada estrofa.

 

Rima XI

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
                                      —No es a ti, no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
                                      —No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
                                      —¡Oh ven, ven tú!

Rima XXI

—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

Rima XLVI

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón.

Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿Y por qué?
Porque no brota sangre de la herida.
Porque el muerto está en pie.

1. Establece una conexión argumental entre las tres últimas rimas.

2. Define cada una de las mujeres que aparecen en la rima XI y explica las razones de la elección del poeta.

3. Compara la rima XXI con la IV

4. Indica qué aspectos de métrica y rima son comunes a los tres últimos poemas.

5. Tanto la rima XLVI, como el “Canto a Teresa”, de Espronceda, expresan sentimientos dolorosos, pero la forma de expresarlos varía notablemente. Explica las diferencias de estilo entre ambos textos.

El monte de las ánimas, Gustavo Adolfo Bécquer

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I

     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

     -¡Tan pronto!

     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.

     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

     -Sí.

     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

     -No sé.... en el monte acaso.

     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!

     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.

     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.

     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.

     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.

     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV

     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

 

1. La presencia de la banda azul en la habitación de Beatriz, ¿es real o es fruto de una alucinación? ¿Cómo influye este hecho en la interpretación del relato?

2. comenta la importancia que adquieren las sensaciones auditivas en la creación de una atmósfera terrorífica.

3. En este relato de terror, lo sobrenatural es descrito de manera indirecta, no visual. ¿Aumentaría o disminuiría la sensación de terror del lector si lo sobrenatural se mostrara visualmente de forma directa?

4. Comenta los recursos literarios que en el párrafo que comienza “Primero unas y luego las otras” están destinados a crear una atmósfera de suspense.

5. Compara la relación existente entre Alonso y Beatriz con la que se describe en la rima XLVI de Bécquer.

 

 

 

Orillas del Sar, Rosalía de Castro   

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría,
        tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
        la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
        y mi alma en su desierto.

…………………………………….

Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitar el polo.

………………………………..

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
—Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

………………………..

Morada: casa, hogar

Tomemos: volvamos.

Agorera: que, de acuerdo con ciertas supersticiones, anuncia alguna desgracia.

Antro: cueva

Onda: ola.

Se agostan: se marchitan

 

1. Explica el sentido irónico de la segunda estrofa del primer poema.

2. Explica el sentido de la última estrofa del segundo poema.

3. Analiza la estructura del tercer poema en relación con su contenido.

4. Analiza la métrica y la rima de los tres poemas. Señala las semejanzas técnicas con los poemas de Bécquer.

5. Explica el valor simbólico del paisaje en el tercer poema.

REALISMO Y NATURALISMO

PREGUNTAS DEL EXAMEN

  1. Explica las 6 características del Realismo.
  2. Explica el Realismo europeo.
  3. Explica el Krausismo.
  4. ¿Cuál es la primera novela plenamente realista en España (autor y fecha)?
  5. ¿Qué dos posturas presenta la transformación de la sociedad española en la novela realista? Explica la postura que tienen respecto al mundo rural.
  6. Explica el argumento de La gaviota de Fernán Caballero.
  7. Explica el argumento de El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de Alarcón.
  8. Explica el argumento de Pepita Jiménez de Juan Valera.
  9. Explica el argumento de Peñas arriba de José María de Pereda.

El Realismo

Las repercusiones de todos estos cambios en el terreno del arte y la literatura fueron importantes. La burguesía abandona la mentalidad romántica, demasiado exaltada, y la sustituye por la mentalidad realista, más apropiada para un período en el que ya no se buscan cambios radicales. Por eso la realidad social es descrita ahora tal como es, y no como debería ser.

Entre las características del realismo destacan las siguientes:

- Imitación del método científico. El escritor aplica el método experimental, intentando que su obra refleje la realidad social de manera exacta y objetiva. La subjetividad del autor, sus sentimientos, deben quedar al margen de la obra. La novela se convierte así en un reflejo, en un espejo de la vida.

- Presencia de un narrador omnisciente. Este afán de objetividad, de distanciamiento, es compatible, sin embargo, con el punto de vista narrativo omnisciente, es decir, aquél en que el autor adopta el papel de quien anticipa lo que va a ocurrir, opina, juzga a sus personajes, dialoga con el lector, etc. Por ejemplo, Clarín en su único hijo interviene de esta manera: “Así pensaba Bonis, equivocándose en algún pormenor, como ser verá luego”.

Uno de los autores que más utiliza este recurso es Dostoievski, como puede verse, por ejemplo, en este fragmento de Los hermanos Karamazov:

 

Quizás alguno de los lectores piense que mi joven personaje era de naturaleza enfermiza, extática, desmedrada, un soñador paliducho, un hombre enteco y sin savia. Todo lo contrario: Aliosha era, en aquel entonces, un adolescente de diecinueve años, de buena figura, colorado de cara, de mirada luminosa, rebosante de salud […] Quizá digan que tener coloradas las mejillas no es un obstáculo ni para el fanatismo ni para el fanatismo ni para el misticismo: pero a mí me parece que Aliosha era más realista que nadie.

  -Verosimilitud. Los argumentos se basan en la realidad vulgar, cotidiana. Ya no se trata de historias extraordinarias, llenas de aventuras y de sucesos insólitos, sino de relatos que pretenden ser verosímiles, protagonizados por personajes comunes, tomados de la realidad. No se sitúan en épocas anteriores o ambientes exóticos, sino en el contexto próximo, reconocible, contemporáneo del autor y del lector:

-Protagonista conflictivo. Novela gira en torno a un protagonista, que con frecuencia da título a la obra: David Coperfield, Ana Karenina, Madame Bovary, etc. Se trata de un personaje conflictivo, problemático, y la novela se convierte en el relato de su conflicto, que básicamente consiste en el choque entre sus aspiraciones personales y las normas sociales. De este choque el protagonista suele salir derrotado. En buena parte, se trata del conflicto que ya habían planteado los románticos, sólo que ahora el autor se pone del lado de la realidad, “castigando” con el fracaso a los personajes que intentan vivir de manera demasiado idealista. Pero el escritor realista no pretende centrarse en un conflicto individual, aislado, sino que aspira a que este conflicto personal del protagonista tenga un valor representativo, que exprese una problemática social. Este propósito de describir la sociedad en su totalidad casi nunca se cumple, porque el escritor realista se limita a describir el mundo de la burguesía, de la clase media, con escasas incursiones en los ambientes de los obreros o de los marginados. Será el Naturalismo el que incorpore estos sectores a la novela.

-Sobriedad. El estilo es sobrio, sencillo, sin complicaciones formales. Como el científico, el escritor realista busca ante todo la claridad, la exactitud.

Esta sencillez aparente no debe, sin embargo, atribuirse al descuido o la espontaneidad. Con frecuencia es fruto de una intensa labor de depuración. Así, por ejemplo, Flaubert repasaba una y otra vez sus obras, y a veces dedicaba días enteros a pulir un solo párrafo.

-Preferencia por la novela. El Realismo se expresa sobre todo por medio de la novela, el género más apto para describir la realidad social. El género novelístico experimentará un extraordinario desarrollo cuantitativo y cualificativo. En cambio, la poesía del período realista tiene escaso valor literario, mientras el teatro sigue utilizando los procedimientos románticos sin alcanzar grandes resultados. Por eso, cuando hablamos de Realismo tendemos a identificarlo con la novela realista.

 

El Realismo europeo

 

Francia e Inglaterra, los países más modernos e industrializados de Europa, son los primeros en iniciar la superación del Romanticismo. Francia, laboratorio político del continente con sus sucesivas revoluciones que transformarán radicalmente la estructura social, se adelantará también en el terrero literario a los demás países europeos, convirtiéndose en la cuna de la novela realista. Honoré de Balzac (1799-1850) escribió La comedia humana, amplio ciclo que pretende dar cuenta de los grandes cambios experimentados por la sociedad francesa. Consta de 90 volúmenes en los que aparecen alrededor de 2.000 personajes, muchos de los cuales están en varias obras. Las novelas principales son: Eugénie Grandet (1834), Papá Gotori (1834), El lirio en el valle (1835), Ilusiones perdidas (1837). Paralelamente, Henry Beyle, conocido como Stendhal (1783-1842) publicó dos grandes novelas realistas, que expresan el choque del individuo contra la sociedad:El rojo y el negro (1830) y La cartuja de Parma (1839).

La obra cumbre del Realismo francés y europeo la constituye Madame Bovary (1857), de Gustave Flaubert (1821-1880). La novela analiza con minuciosa exactitud la frustración de una mujer de clase media, que recurre al adulterio para escapar de la asfixiante monotonía de la vida provinciana. La obra causó escándalo en su tiempo y Flaubert tuvo que defenderse ante un tribunal de la acusación de inmoralidad, de la que fue absuelto.

En Inglaterra, la novela realista tuvo una orientación más suave que la de los novelistas franceses. La estabilidad política y social del largo reinado de la reina Victoria explica que la literatura no plantee con crudeza los conflictos sociales. Al mismo tiempo, en la novela inglesa del período perviven elementos románticos, como el sentimentalismo, el gusto por los temas fantásticos o los ambientes exóticos. Esta línea narrativa basada en la imaginación fue cultivada por las hermanas Brontë, Lewis Carroll, Rudyard Kipling y, sobre todo, por Robert Louis Stevenson (1850-1894), autor de La isla del tesoro (1883).

Esta tendencia sentimental e imaginativa se halla presente también en el máximo representante del Realismo inglés, Charles Dickens (1812-1870). Sus obras contienen grandes dosis de sentimentalismo, combinado con un suave humorismo y un decidido afán moralista. Dickens refleja los problemas sociales derivados de la rápida industrialización de Inglaterra, pero su crítica no es amarga ni pesimista, y queda atemperada por una salida positiva de los conflictos, basada en la bondad y la honradez. De su producción destacan: Los papeles póstumos del club Pickwick (1836), conjunto de divertidas aventuras: Oliver Twist (1837), sobre el mundo de los niños marginados; y David Copperlfield (1849), en gran parte autobiográfica.

Tardío, pero importante, fue el Realismo ruso. La novela expresa la conflictiva situación de la sociedad rusa. Desgarrada entre la influencia de las tradiciones eslavas y los intentos de modernización y europeización. El Realismo ruso puso el acento en los conflictos internos de los personajes, dando, pues, mayor importancia a lo psicológico que a la acción narrativa. La novela rusa influyó mucho en Europa en la última década del siglo XIX, cuando entró en crisis el Naturalismo. Entre los principales autores destacan Dostoievski y Tolstoi. Dostoievski (1821-1881) tuvo una vida atormentada, marcada por la epilepsia y su adicción al juego. En sus obras tratará el tema del sentimiento de culpabilidad, la expiación de una falta. Las principales obras son Crimen y castigo (1868), sobre un joven que comete fríamente un asesinato; y Los hermanos Karamazov (1879), sobre el asesinato de un padre tiránico, en el que se ven involucrados sus tres hijos.

Tolstoi, de origen aristocrático, fue militar y en su vejez se convirtió en defensor de un pacifismo fraternal basado en el cristianismo primitivo. Sus obras maestras son: Guerra y paz (1865), extensa novela histórica que recrea la invasión napoleónica de Rusia; y Ana Karenina (1875), que trata del adulterio de una mujer casada sin amor. Ana karenina, junto a Madame Bovaryy La Regenta, es una de las grandes obras del Realismo europeo basadas en el tema del adulterio femenino.

 

El Naturalismo

  A partir de 1871 en Francia se desarrolla una tendencia novelística conocida como Naturalismo. Fue creada por Emile Zola (1840-1902), autor de un ciclo novelesco que describe la historia de una familia, los Rougon-Macquart, a través de varias generaciones. Inspirándose en los métodos de las ciencias experimentales, pretende que el novelista actúe como un científico: “Debemos actuar-dirá Zola- sobre los caracteres, sobre las pasiones, sobre los hechos humanos y sociales como el químico y el físico actúan sobre la materia inorgánica, como el fisiólogo actúa sobre los cuerpos vivos”. Es decir, se trata de que el novelista estudie a sus personajes y los describa con exactitud científica, mostrando que su conducta se debe a la influencia de la herencia biológica y el ambiente social en que viven. Esta concepción determinista de la vida humana lleva a afirmar que la libertad del ser humano queda anulada, ya que éste no es más que un resultado de la genética y el medio ambiente.

Revestida de esta carga teórica, la novela ya no es, pues, fruto de la imaginación del autor, sino que trata de convertirse en un documento con valor sociológico. Para lograr estos objetivos, el escritor naturalista imita el método científico: observación y documentación de ambientes y personajes, comprobación de datos...Así, por ejemplo, Galdós explica que para escribir Misericordia hubo de “emplear largos meses de observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente miserable o maleante que se alberga en los populosos barrios del sur de Madrid”.

El escritor naturalista utiliza descripciones muy detalladas y explica el comportamiento de los personajes apoyándose en la psicología y la medicina. Se muestra más audaz en la descripción de los aspectos sórdidos o desagradables de la vida humana, con personajes marcados por taras físicas o psíquicas de carácter hereditario, o embrutecidos por la miseria.


 Circunstancias históricas del Realismo español

En el período posromántico el costumbrismo va evolucionando hacia una narrativa precursora del Realismo. El escritor describe ahora la sociedad contemporánea, los ambientes que le rodean. Pero todavía lo hace desde una óptica subjetiva y parcial. El estilo es menos retórica que durante el Romanticismo, aunque no alcanza la sencillez y exactitud de la prosa realista. Esta narrativa de transición, que ocupa las décadas desde 1850 hasta 1870, está representada pro Fernán Caballero, cuya novela La gaviota (1849) anticipa las técnicas realistas. También podemos considerar como prerrealistas a Pereda y Alarcón, en su primera etapa.

El Realismo se introduce en España con bastante retraso. La Fontana de Oro, de Galdós, que se considera la primera novela plenamente realista, se publicó en 1870. A pesar de este retraso, la narrativa española tiene una gran calidad, comparable a la de cualquier otro país europeo.

El Realismo comienza precisamente en 1870 por razones político-sociales. Entre 1868 y 1874 tiene lugar un proceso revolucionario de carácter democrático, que se inicia con el derrocamiento de Isabel II y, después del breve reinado de Amadeo I y de la Primera República, termina con un golpe de Estado que devuelve la corona a los Borbones. Con el reinado de Alfonso XII se inicia una larga etapa de estabilidad política conocida como Restauración, en la que, aunque todavía con dificultades, España comienza a industrializarse.

En 1881, Leopoldo Alas, Clarín, exponía así el vínculo entre las transformaciones político-sociales y el surgimiento de la novela realista.

El glorioso renacimiento de la novela española data de fecha posterior a la revolución de 1868. Y es que para reflejar, como debe, la vida moderna, las ideas actuales, las aspiraciones del espíritu del presente, necesita este género más libertad en política, costumbres y ciencia, de la que existía en los tiempos anteriores a 1868. Es la novela el vehículo que las letras escogen en nuestro tiempo para llevar al pensamiento general, a la cultura común, el germen fecundo de la vida contemporánea; y fue lógicamente este género el que más y mejor prosperó después que respiramos el aire de la libertad del pensamiento.

La profunda transformación de la sociedad española durante la Restauración tuvo su expresión en el terreno ideológico. Las ideas tradicionales tendrán mucho peso en la sociedad española, todavía bastante marginada de las corrientes de pensamiento europeo. El catolicismo español se caracterizó por su actitud contraria a la ideología democrática y a las innovaciones científicas y filosóficas. Sus intelectuales más destacados fueron el sacerdote Jaime Balmes, el político Donoso Cortés y el crítico literario Marcelino Menéndez Pelayo. Este último, además de importantes estudios de literatura, publicó una Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), que estudia la evolución del cristianismo en España, con fuertes críticas a los disidentes de la doctrina de la Iglesia.

Aunque minoritario, tendrá especial significación el Krausismo, movimiento fundado por Julián Sanz del Río (1814-1869) y dirigido por Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), que lo aplicó a la pedagogía. Se basaba esta doctrina en la filosofía del alemán Karl Krause (1781-1832), discípulo de Hegel, y defendía una religiosidad compatible con las ideas modernas y una ética basada en la tolerancia y la fraternidad. Al ser expulsados de la universidad y de los institutos, los profesores krausistas crearon en 1876 una red de escuelas llamada Institución Libre de Enseñanza, en la que se practicaba una enseñanza laica y moderna. Clarín y Galdós estuvieron fuertemente influenciados por el Krausismo, lo mismo que otros escritores del siglo XX, como, por ejemplo, Antonio Machado.

Este conflicto ideológico se reflejará también en la narrativa. Es en el primer período de la Restauración, entre los años 1874-1885, cuando se publican la mayoría de las novelas realistas, coincidiendo con el afianzamiento de la burguesía. La novela realista describe la transformación de la sociedad española desde posturas diversas. Algunos escritores, como José María de Pereda, añoran la sociedad agraria y tradicional y desconfían de las ideas modernas; otros, como Galdós y Clarín, partidarios de los fracasados ideales de la revolución de 1868, defienden la modernización a fondo de España y critican a los sectores tradicionalistas.

En el terreno literario, el conflicto entre ambas posturas se plasma a menudo en el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano. Son muchas las novelas que tratan este tema: Doña Perfecta, de Galdós; Peñas arriba, de Pereda; Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán; La aldea perdida, de Palacio Valdés, etc. Lo rural se vincula con el Antiguo Régimen, con las formas de vida tradicionales, mientras lo urbano se identifica con el progreso, con la modernidad. Para unos (Pereda), el campesino es el depositario de los valores morales y religiosos. Para otros (Galdós, Pardo Bazán), los aldeanos son rudos, atrasados y supersticiosos. Ambas caracterizaciones obedecen más a criterios ideológicos que estrictamente literarios.

El Realismo español presenta una marcada tendencia regionalista. Los escritores suelen ambientar sus obras en los entornos que les son más próximos: Juan Valera, en Andalucía; José Mª Pereda, en Cantabria, Benito Pérez Galdós, en Madrid; Leopoldo Alas Clarín, en Asturias, el novelista catalán Narcís Oller (1846-1930) sitúa sus novelas, escritas en lengua catalana, en la sociedad de su época.

El Naturalismo en España

El Naturalismo se introdujo en España hacia 1882, en medio de una fuerte polémica. Los sectores conservadores lo consideraban inmoral y opuesto al catolicismo, ya que negaba la libertad del hombre para elegir su conducta. La escritora Emilia Pardo Bazán defendió en su libro La cuestión palpitante (1882) la técnica literaria naturalista, pero rechazó sus bases teóricas cientificistas, ya que se oponían a la doctrina católica. El catolicismo defendía que, a pesar de las presiones genéticas o ambientales, la persona siempre es libre para elegir entre el bien y el mal. La escritora española, ferviente católica, expone así su postura:

Aceptemos del naturalismo de Zola lo bueno, lo serio, el método, y desechemos lo erróneo, la arbitraria conclusión especulativa, antimetafísica que encierra.

Aceptemos del naturalismo de Zola por querer confundir el arte con la ciencia:

No irá el arte a confundirse con la ciencia, pues aunque la verdad debe ser la aspiración de ambos, siempre será la ciencia actividad para el conocer, la del pensamiento, y no más; y el arte, actividad en que el sentimiento interviene y predomina.

La incidencia del Naturalismo en los escritores españoles fue bastante escasa. Emilia Pardo Bazán fue las que más se acercó a Zola en obras como La tribuna y Los pazos de Ulloa. También Clarín, en La Regenta, y Galdós, en La desheredada y en todas obras utilizaron algunos recursos naturalistas. Pero, como veremos más adelante, hacia 1890 el Naturalismo fue diluyéndose y mezclándose con las nuevas corrientes espiritualistas. Sin embargo, Vicente Blasco Ibáñez siguió escribiendo con éxito novelas naturalistas a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX.

 

Cecilia Böhl de Faber
Cecilia Böhl de Faber

3. Fernán Caballero

Autora representativa de la narrativa posromántica, de transición entre el costumbrismo y el Realismo, es Cecilia Böhl de Faber, quien utilizó el seudónimo de “Fernán Caballero” para publicar sus obras, debido a la extrañeza que en la sociedad de aquella época causaba el hecho de que una mujer fuera escritora.

Fernán Caballero era hija de Nicolás Böhl de Faber, el intelectual alemán que en 1814 había defendido el Romanticismo en la prensa gaditana. Nacida en Suiza en 1796 y educada en Alemania, en su juventud se trasladó a España, donde se casó y enviudó tres veces. Para afrontar su difícil situación económica, empezó a publicar novelas y artículos, que tuvieron gran aceptación.

Fernán Caballero pretendía “pintar las cosas del pueblo tales cuales son”, pero este planteamiento se ve frenado por su didactismo, es decir, su voluntad de utilizar la novela para defender sus convicciones católicas. Su principal obra es La gaviota (1849), en la que critica el adulterio femenino narrando las desgracias que sufre una mujer que, enamorada de un torero, abandona a su marido. El propósito de la obra es criticar a las mujeres que se apartan de sus deberes conyugales.

En 1856, en el prólogo a La gaviota, Fernán Caballero defiende una nueva manera de novelar, alejada del Romanticismo. Según ella, la novela no debe ser fruto de la imaginación, sino de la observación de la realidad social.

No nos hemos propuesto componer una novela, sino dar una idea exacta, verdadera y genuina de España, y especialmente del estado actual de su sociedad, del modo de opinar de sus habitantes…Al trazar este bosquejo sólo hemos procurado dar a conocer lo natural y lo exacto, que son, a nuestro parecer, las condiciones más esenciales de una novela de costumbres.

Como se ve, la autora combina la voluntad de exactitud respecto a la realidad, característica del Realismo, con el costumbrismo romántico, que buscaba trazar un “cuadro” de los rasgos típicos, nacionales, del pueblo español, identificados con el tipismo andaluz.

 

Pedro Antonio de Alarcón
Pedro Antonio de Alarcón

4. Pedro Antonio de Alarcón

Nació en Guadix (Granada). Su familia pertenecía a la pequeña nobleza arruinada. Obligado a seguir la carrera eclesiástica sin tener vocación, se rebeló y abandonó su casa para dedicarse al periodismo y la literatura en Madrid. Pasó un período de bohemia y de radicalismo político, dirigiendo el periódico revolucionario El látigo, de orientación antimonárquica y anticlerical. En 1855 estuvo a punto morir en un duelo. Este suceso transformó radicalmente su ideología, llevándolo hacia el conservadurismo político y la recuperación de su fe católica. Entró en la Unión Liberal, partido liberal centrista del general O’Donnell, convirtiéndose en periodista político y diputado.

Logró fama y dinero con sus crónicas periodísticas de la guerra de Marruecos, publicadas con el título de Diario de un testigo de la guerra de África (1860). Su vuelta a la literatura se produjo en 1874, con la publicación de El sombrero de tres picos, novela breve que le dio una gran popularidad.

Elegido miembro de la Real Academia y consejero de Estado, en sus últimos años abandonó la literatura, decepcionado por las críticas que se habían hecho a su última novela, La pródiga (1881).

De entre las novelas de Alarcón destaca El sombrero de tres picos (1874). Ambientada a principios del siglo XIX, cuenta en tono humorístico cómo un noble intenta seducir a la esposa de un molinero, el cual se venga fingiendo hacer lo mismo con la esposa del noble. La amenidad y soltura del relato la han hecho célebre y objeto de varias versiones teatrales, cinematográficas y musicales, entre las que hay que destacar el ballet estrenado en 1919 con música de Manuel de Falla y decorados de Picasso. Otra de sus novelas es El escándalo (1875), orientada a defender la moral católica por medio de la conversión de un joven aristócrata que se arrepiente de su vida libertina. También es interesante El niño de la bola (1880), trágica historia de amor.

Son especialmente valiosos sus cuentos. Los más conocidos son: “El carbonero alcalde”, situado en la guerra de la Independencia; “El clavo”, antecedente de la novela policial; “El amigo de la muerte”, de tema fantástico; y “La mujer alta”, de carácter terrorífico. En ellos, despreocupándose de sus tesis moralistas, Alarcón demuestra sus grandes dotes narrativas.

La narrativa de Alarcón comprende dos etapas. Es un autor posromántico hasta, por lo menos, 1874, año en que publica El sombrero de tres picos. En esta primera etapa, sus relatos breves, sus artículos costumbristas y su novela El final de Norma (1855) son obras de transición entre el Romanticismo y el Realismo. Sus novelas posteriores a 1874 se insertan ya en el Realismo, aunque mantengan numerosos resabios románticos, en especial el marcado subjetivismo del autor. Cuando se produjo la polémica en torno al Naturalismo, Alarcón se manifestó contrario a esta escuela literaria, por considerarla inmoral y grosera.

Juan Valera
Juan Valera

5. Juan Valera

Nació en Cabra (Córdoba), en una familia aristocrática en precaria situación económica. Estudió Derecho y Filosofía en Málaga y Granada, y a partir de 1845 se estableció en Madrid. Trabajó como periodista en la prensa vinculada al partido moderado, como el diario El Contemporáneo, donde coincidió con Bécquer. Más adelante fue diputado, y después entro en la carrera diplomática, intercalando los períodos en España con destinos en diversos países como cónsul o embajador: Italia, Brasil, Rusia, Portugal, Estados Unidos, Bélgica, Austria. En 1862 fue elegido miembro de la Real Academia Española.

Aunque pertenece plenamente al Realismo, Valera siempre se mostró partidario del esteticismo, es decir, de una cierta idealización que margine los aspectos más crudos o desagradables de la realidad. Para él, la literatura debe agradar, distraer al lector por medio de la belleza, no tiene que tener ninguna intención ideológica o educativa. Propone, pues, no reproducir con exactitud la realidad, sino copiarla embelleciéndola: “Una novela bonita –dice en un prólogo a Pepita Jiménez- debe ser poesía y no historia; esto es, debe pintar las cosas, no como son, sino más bellas de lo que son”. Por eso se opuso al Naturalismo en Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (1887). En abierta polémica con Emilia Pardo Bazán, consideraba “una barbarie” el Naturalismo, por ser demasiado crudo y escandaloso, y por negar la libertad del hombre.

Valera suele proyectar en sus novelas sus propias vivencias y sus ideas. Su ideología se basa en un suave escepticismo en materia religiosa, que se traduce en un ideal de vida basado en el moderado goce de los placeres mundanos y en la defensa del amor frente al misticismo, tesis que se manifestará en todas sus novelas y que provocó el escándalo de los sectores católicos más conservadores. Proyecta también en sus obras los ambientes sociales y los contextos geográficos en los que se crió: Andalucía, y más concretamente las tierras cordobesas. Se trata, sin embargo, de una Andalucía idealizada, sin concesiones a los tópicos folclóricos y sin referencias a los terribles problemas sociales que vivía la región.

En el mundo novelesco de Valera hay un claro protagonismo de los personajes femeninos. Casi todos responden al mismo tipo de mujer: bonitas, limpias, orgullosas, inteligentes, idealistas y prácticas al mismo tiempo. Pepita Jiménez, la protagonista de la novela del mismo título, es bien representativa de este arquetipo, probable síntesis ideal de las mujeres que conoció y amó el autor.

Su estilo se caracteriza por el uso de un lenguaje culto, elegante y refinado, sin dialectalismos, utilizado incluso por los personajes de nivel socio-cultural bajo, lo que se le criticó por resultar inverosímil. A menudo, salpica la narración de referencias eruditas, con citas de autores clásicos. El humor y la ironía, siempre sutiles, son otros recursos que maneja con maestría. Valera gusta de hacerse presente en la narración mediante digresiones en las que expone sus puntos de vista. Por otra parte, construye sus novelas con morosidad, con argumentos en los que no aparecen grandes intrigas y en los que hay poca acción. Prefiere detenerse en las descripciones de personajes y ambientes, y, sobre todo, en el análisis psicológico. Él es quien mejor supo profundizar en las motivaciones y sentimientos de los personajes.

Pepita Jiménez

Valera publicó su primera y principal novela, Pepita Jiménez, en 1874, cuando tenía cincuenta años. El protagonista, Luis de Vargas, es un seminarista que, durante unas vacaciones conoce a Pepita Jiménez, una joven y atractiva viuda, en principio destinada a casarse con su padre, también viudo. Luis va sintiéndose poco a poco atraído por Pepita. La novela plantea, pues, un doble conflicto: la pasión amorosa frente a la vocación religiosa y la posible rivalidad amorosa entre padre e hijo. Ambos conflictos se resolverán sin dramatismos a favor del amor.

La novela se presenta dividida en tres partes: “Cartas de mi sobrino”, “Paralipómenos” y “Epílogo”. Sin embargo, podemos considerar que el argumento se etructura en dos bloques, de extensión parecida: el primero, conlas quince cartas del protagonista a su tío; y el segundo, en el que se desarrolla el conflicto sentimental, narrado en tercera persona.

Es especialmente interesante el análisis psicológico de las dudas del protagonista en la primera parte de la novela. Aunque se trata de cartas dirigidas al tío de Luis de Vargas, el tono de confesión que predomina en ellas las aproxima al diario íntimo. Esta forma de novelar constituyó una novedad en la narrativa española, en la que el análisis psicológico no había llegado a tanta profundidad y apenas se habían explorado las posibilidades del género epistolar. No es casual que Valera dé tanto protagonismo literario a las cartas, ya que él mismo escribió una copiosa correspondencia dirigida a sus familiares y amigos.

Después de Pepita Jiménez, Valera escribió las siguientes obras: Las ilusiones del doctor Faustino (1875), de carácter autobiográfico; El Comendador Mendoza (1877) y Doña Luz (1879), que, como Pepita Jiménez, plantean la defensa del amor frente al misticismo. Años más trade escribió Juanita la Larga (1895), en la que el amor acaba venciendo los prejuicios sociales. Su última novela, Morsamor (Àmor-muerte´en latín), apareció en 1899. Varela, viejo y ciego, tuvo que dictarla. La novela está ambientada en la España del siglo XVI, pero no se trata de una novela histórica, ya que contiene diversos elementos fantásticos. En ella, el autor reflexiona sobre las causas de la decadencia española a raíz de la pérdida de las colonias en 1898.

Valera escribió poesía desde su juventud. En 1886 las recopiló con el título de Canciones, romances y poemas, con una presentación de su amigo Menéndez Pelayo. Aunque el escritor se mostraba muy orgulloso d elsu poesía, la crítica siempre le consideró demasiado fría, muy influida por los modelos clásicos. Tampoco tuvo éxito como autor teatral. Sus siete obras dramáticas son más bien diálogos, con poca acción. Más valiosos son sus cuentos, la mayoría escritos en su vejez. Un grupo de ellos son de tema fantástico y ambientación oriental; otros son de inspiración tardicional o histórica.

Parte importante de su obra son sus artículos y estudios de temática variada: filosofía, religión, arte, política, educación, etc. Son especialmente interesantes los de crítica literaria, que le sirven para exponer sus dieas estéticas, coherentes con sus creaciones literarias. En general, se mostró poco favorable a las obras de los escritores realistas y naturalistas, con excepción de Alarcón. Su esteticismo le hizo saludar con entusiasmo la apración de Azul... (1888), libro de Rubén Darío que inicia el Modernismo. Y también comentó favorablemente las primeras novelas de Pío Baroja. 


José María de Pereda
José María de Pereda

6. José María de Pereda

Nacido en Polanco (Cantabria), en 1833, era el menor de los veintiún hermanos de una familia hidalga muy católica. Después de haber cursado la enseñanza media en Santander, en 1852 se traslada a Madrid para inicar sus estudios militares en la Academia de Artillería. Fue en esa época cuando se despertó su afición por la literatura, en un principio orientada hacia el teatro. Pronto abandonó la carrera militar para dedicarse a las letras y volvío a Santarder. En 1858 comienza a colaborar en la prensa cántabra con artículos de crítica literaria, reseñas teatrales y artículos de actualidad.

Durante 1865 pasó una temporada en París, pero no simpatizó con las costumbres. El derrocamiento de Isabel II en 1868 le hizo adoptar una postura contrarrevolucionaria, manifestada en sus artículos en la revista El Tío Cayetano, en los que satirizaba la actualidad política. El miedo a la revolución le hizo inclinarse cada vez más hacia la opción política más conservadorea: el carlismo. En 1871 fue desigandao candidato carlista a diputado por el distrito de Cabuérgina, y realizó una visita electoral por esa zona montañosa. En la aldea de Tudanca conoce a hidalgo que actuaba como patriarca de los aldeanos, que respetaban espontáneamente su autoridad. Pereda creyó ver en esta forma de gobierno ancestral un modelo aplicable a toda la sociedad y Tudanca se convierte en fuente de inspiración de Peñas arriba y de otras novelas peredianas. Al ser elegido diputado se traslada a Madrid, donde sufre una gran decepción al conocer de cerca los entresijos de la vida política, que pronto abandonará, aunque sin renunciar a su pensamiento tradicionalista.

En 1892, Pereda acudió a Barcelona para asistir como invitado de honor a los juegos florales. Allí conoció al poeta catalán Jacint Verdaguer y al novelista Narcís Oller, que poco después fue a visitarle a Santander. En 1897 ingresó en la Real Academia de la Lengua, pronunciando un discurso sobre la novelística regional. Le contestó con otro discurso sobre las características de la novela perediana su amigo Galdós, con quién le unía una larga y sincera amistad que estaba por encima de sus considerables diferencias en materia ideológica y sus distintos modos de entender la novela.

Dejando a un lado lo malogrados intentos teatrales de su juventud y sus artículos periodísticos, podemos clasificar la obra narrativa de Pereda en cuatro apartados, que, más o menos, se suceden unos a otros: cuadros costumbristas, novelas de tesis, novelas cortesanas y novelas regionales.

 

Cuadros costumbristas

 

Pereda inició su trayectoria literaria con textos costumbristas sobre Cantabria. Su primer libro, Escenas montañesas (1864), se subtitula “Colección de bosquejos de costumbres tomados del natural”, y consta de dieciocho cuadros, en su mayoría ya publicados en la prensa regional. En ellos se presentan dos tipos de descripciones: las de personajes y las de ambientes. Las primeras se centran en tipos característicos, como “Un marino” o “El jándalo”, nombre que se daba a quienes habían emigrado a Andalucía y volvían a Cantabria. Las segundas tratan de costumbres populares “Arroz y gallo muerto”, “El día 4 de octubre”.

En estos cuadros, Pereda se distancia del costumbrismo anterior, ya que no idealiza la realidad, sino que la pinta con gran fidelidad, sin ocultar los aspectos negativos. Así, sus campesinos son ignorantes, rudos y maliciosos, y hablan en el dialecto montañés.

Tipos y paisajes (1871) consta de doce cuadros, entre los que destaca “Blasones y talegas”, en el que aborda el tema de los matrimoinos entre las familias d elos nobles arruinados y las de los campesinos ricos. En este libro se hace patente el desdén de Pereda hacia las transformaciones sociales introducidad por el progreso, que según él, debilita las formas de vida tradicionales.

Bocetos al temple (1876) está compuesto de tres novelas cortas: La mujer del César, en la que critica a la alta sociedad madrileña; Los hombres de pro, dura sátira de los políticos y la vida parlamentaria basada en sus propias experiencias; y Otros son triunfos, crítica de los ambientes provincianos.

Tipos trashumantes (1877) y Esbozos y rasguños (1881) son otras recopilaciones costumbristas, caracterizadas por una mayor tendencia a la síntesis y a la caricatura.

 

Novelas de tesis

En ellas Pereda defiende sus ideales tradicionalistas. Esta intencionalidad ideológica repercute en el planteamiento novelesco, ya que las simpatías y antipatías del autor se hacen demasiado evidentes: los personajes liberales son los “malos”, mientras que los tradicionalistas son los “buenos”.

En El buey suelto (1878) el autor plantea las ventajas del matrimonio y critica la soltería por medio de un protagonista que, con su egoísmo, provoca su propia desgracia.

Don Gonzalo González de la Gonzalera (1879) constituye una feroz sátira de los revolucionarios del período 1868-1874, centrada en el pueblo de Coteruco, representativo de toda España.

De tal palo, tal astilla (1880) es un alegato contra la incredulidad religiosa. Pereda convierte esta novela en una réplica a Gloria (1877), de Galdós, en la que éste había criticado la intolerancia y el fanatismo religioso. Ambos novelistas se habían escrito una serie de cartas a propósito de Gloria, hasta que Pereda optó por expresar su disconformidad mediante otra novela de signo contrario.

Novelas cortesanas

Son dos novelas ambientadas en Madrid, en las que Pereda arremete contra la degradación moral de vida urbana. En Pedro Sánchez (1833), plantea el conflicto entre tradición y progreso, vertebrador de toda su producción literaria, de manera menos esquemática, que en sus novelas de tesis. Escrita en primera persona y con un fuerte trasfondo autobiográfico, esta obra narra la historia de un joven hidalgo cántabro que se traslada a Madrid y entra en el mundo de la política progresista. Finalmente, desengañado, volverá a su tierra natal, donde llevará una vida sencilla y apacible. Cinco años después, en La Montálvez, Pereda vuelve a defender la misma tesis a trabés de una protagonista femenina, representativa de los ambientes de la alta sociedad madrileña, de costumbres relajadas.

Novelas regionales

Se agrupan en este apartado las novelas de madurez del novelista, que vuelven a situarse en los ambientes de su región. Sin renunciar a sus planteamientos ideológicos, Pereda se muestra capaz de superar el esquematismo de sus novelas de tesis. A este grupo pertenecen El sabor de la tierruca, Sotileza y Peñas arriba.

 

El sabor de la tierruca (1882) prologada por Galdós, gira en torno a la rivalidad entre dos pueblos vecinos, Cumbrales y Rinconeda, representativos de la oposición entre progreso y tradición.

Sotileza (1884) describe la dura vida de los pescadores santanderinos, tomando como hilo conductor una sencilla historia de amor. Tres jóvenes, representatios de tres niveles sociales, se enamoran de Sotileza: Andrés, de clase alta; Cleto, de clase baja; y el Muergo, personaje embrutecido y marginal. Especial imporancia adquieren las descripciones de paisajes marinos y la recreación del habla popular santanderina.

Peñas arriba (1895) representa la culminación de la novelística perediana, que, sin pretenderlo, conecta con el resurgimiento del espiritualismo que se produce en la narrativa europea finisecular. La novela nos ofrece una visión idealizada de los aldeanos cántabros. El protagonista es un joven madrileño cuya familia es oriunda de Cantabria. Aunque está plenamente integrado en los ambientes de la alta sociedad madrileña y desprecia todo lo rural, una estancia en Tablanca, la aldea cántabra de sus antepasados, hará que vaya encariñándose con las sencillas costumbres tradicionales hasta decidir quedarse a vivir allí. En esta transformación juega un importante papel su enamoramietno de Lita, una sencilla joven campesina.

La obra tiene un evidente trasfondo ideológico: la defensa de la vida rural, tradicional, frente a la de la gran ciudad moderna. El tradicionalismo de Pereda eleva Tabalnca a la categoría de modelo utópico de una sociedad que debería regresar a las formas de vida premodernas, al patriarcalismo como forma de gobierno frente al parlamentarismo y los partidos.

Peñas arriba está escrita en primera persona con objeto de favorecer la identificación entre el lector y el protagonista. El autobiografismo también es necesario para poder expresar el conflicto entre lo urbano y lo rural. En efecto, este conflicto no está, como en las novelas de tesis de Pereda, representado por personajes que necarnan una u otra oción, sino que transcurre en el interior del protagonista. La novela habría podido dar pie a un profundo análisis psicológico, pero lo cierto es que Pereda, representado por personajes que encarnan una u otra oción, sino que transcurre en el interior del protagonista. La novela habría podido dar pie a un profundo análisis psicológico, pero lo cierto es que Pereda no acierta a trazar un personaje coherente. Marcelo no tiene una personalidad muy pronunciada, y el autor lo utiliza en exceso como portavoz de sus ideas.

En cuanto al estilo, Peñas arriba reúne las características del arte narrativo de Pereda. Sus novelas tienen poca acción, los argumentos son sencillos, sin intrigas ni sorpresas. Al autor le interesan sobre todo los ambientes, el marco físico en el que se desenvuelven los personajes. Por eso Pereda sobresale en las descripciones del paisaje y las costumbres cántabras. Otro de sus grandes aciertos es la caracterización de los personajes populares, copiados de la realidad. En las novelas de Pereda destacan también los diálogos, de gran espontaneidad, en un lenguaje natural, adecuado a las características del personaje, con gran fidelidad a las formas dialectales cántabras. 


Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós

7. Benito Pérez Galdós

 

Nació en 1843 en Las Palmas de Gran Canaria. A los deicinueve años se marchó a Madrid, ciudad en la que residió durante el resto de su vida. Empezó Derecho de mala gana y no terminó la carrera. La literatura fue su dedicación exclusiva y su medio de vida. Fue muy aficionado a viajar; recorrió Francia, Inglaterra, Alemania y Holanda. De ideología progresista, intervino en política como diputado, primero por el partido liberal y después por el republicano. Aunque su participación en la vida política fue, sin embargo, bastante discreta, su compromiso político perjudicó su carrera como escritor, impidiéndole gozar del reconocimiento que merecía. Hasta 1894 no fue elegido miembro de la Real Academia; y en 1905 los sectores más conservadores boicotearon su candidatura al Premio Nobel. El novelista pasó los últimos años de su vida enfermo, ciego y con graves dificultades económicas. Murió el año 1920.

Su producción literaria es muy numerosa: 80 novelas, 24 obras teatrales y 15 volúmenes de artículos y ensayos. Sus novelas pueden agruparse en tres grandes apartados: los Episodios nacionales, las novelas de la primera época y las novelas contemporáneas.

 

Episodios nacionales

 

Constituyen una amplia reconstrucción novelada de la historia de España en el siglo XIX, desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta los comienzos de la Restauración (1875). Son un conjunto de 46 novelas, agrupadas en cinco series de diez volúmenes cada una, excepto la última, que consta de seis. Las dos primeras series, que se consideran las más valiosas, fueron escritas entre 1873 y 1879; las tres últimas se escribieron años más tarde, entre 1898 y 1912.

-       La primera serie, la más conocida, se publicó entre 1873 y 1875. Está protagonizada por Gabriel Araceli, un muchacho que interviene en los principales acontecimientos de la guerra de la Independencia.

-       La segunda serie (1875-1879) comprende el final de la guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII, y narra el enfrentamiento fraticida entre liberales y absolutistas, representados en las novelas por los dos hermanos protagonistas, Salvador y Carlos.

-       La tercera serie abarca la primera guerra carlista y llega hasta el matrimonio de Isabel II (1846).

-       La cuarta serie narra los acontecimientos comprendidos entre 1846 y 1868, cuando Isabel II es destronada.

-       La quinta y última serie comienza con la descripción del gobierno provisional y termina con la Restauración.

Los Episodios nacionales constituyen una amplia y documentada reconstrucción novelesca de la agitada historia de España en el siglo XIX. Galdós asume una postura claramente patriótica al narrar la guerra contra la invación napoleónica, lo que el hace adoptar un estilo épico. Después, al adentrarse en los conflictos entre las dos Españas, de los que él fue testigo directo, se sitúa del lado de los partidarios del progreso frente a los tradicionalistas.

Los Episodiossuperan los modelos de novela histórica del Romanticismo, que se situaba en épocas lejanas, generalmente en la Edad Media, y en la cual lo novelesco predominaba sobre los histórico, reducido a un mero decorado en el que se desarrollaban las intrigas amorosas. En cambio, Galdós narra sucesos próximos, casi contemporáneos, y construye sus novelas de manera paralelística, es decir, manteniendo planos, el histórico y el novelesco, que discurren de manera paralela, interrelacionándose a menudo. Así, los personajes históricos y los de ficción se mantienen, en general, separados, aunque existen personajes que hacen de mediadores. Por ejemplo, en Bodas reales, los hechos relacionados con los amores de Lea y Eufrasia, personajes de ficción (plano novelesco). 

 

Novelas de la primera época

Fueron escritas entre 1870 y 1878, al mismo tiempo que los Episodios nacionales, y están ambientadas en la época contemporánea. Entre ellas se cuenta la primera novela galdosiana y al mismo tiempo la primera novela realista española: La Fontana de Oro (1870). Esta obra se pude considerar como un antecedente de los Episodios, puesto que está situada en el trienio liberal (1820-1823) y ya contiene la estructura paralela basada en un plano histórico y un plano novelesco.

Otras novelas de este período son Doña Perfecta (1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1878). Todas ellas tratan del enfrentamiento ideológico que dividía la España de la época. Los personajes quedan escindidos en dos bandos: los progresistas, partidarios de las ideas modernas y liberales, y los tradicionalistas, de religiosidad cerrada y fanática. Galdós adopta una postura partidista, ya que se identifica con los primeros y critica a los segundos. Mención aparte merece Marianela (1878), que narra el trágico idilio entre una chica y un muchacho ciego, que la idealiza mientras desconoce la fealdad de ella.

Novelas contemporáneas

Esta denominación, creada por el propio Galdós, se aplica a veinticuatro novelas escritas entre 1881 y 1889, que constituyen un amplio retrato de la sociedad española en el que aparecen todas las clases sociales, desde la aristocracia hasta los marginados, pero con especial atención a las clases medias. El autor se muestra mucho más maduro en el dominio de las técnicas realistas y, por tanto, más imparcial que en sus novelas anteriores. Aunque sigue fiel a sus ideales progresistas, ya no divide a los personajes en buenos y malos en función de sus ideas, sino que los describe de manera profunda y compleja, con sus contradicciones. Se nota también la influencia del Naturalismo, aunque bastante atenuado. A esta etapa pertenecen, entre otras, La desheredada (1881), El amigo Manso (1882), El doctor Centeno (1883), Tormento (1884), La de Bringas (1884), Lo prohibido (1885), Fortunata y Jacinta (1887), Miau (1888), Torquemada en la hoguera (1889).

De entre las novelas citadas cabe destacar La desheredada, en la que una chica enloquece y, bajo la influencia de las novelas de folletín, cree ser una huérfana abandonada por una familia aristocrática. Y, sobre todo, Fortunata y Jacinta (1887), que es considerada su obra maestra. Esta extensa novela, de más de mil páginas, cuenta las relaciones del protagonista, Juanito Santa Cruz, con dos mujeres: Fortunata, su amante, de clase baja; y Jacinta, su esposa, de clase media. Con Fortunata, Juanito tendrá el hijo que Jacinta no puede darle. La primera representa el amor apasionado, la segunda, el amor sereno y espiritual. Esta intriga amorosa, que nunca llega a plantear situaciones demasiado conflictivas, sirve a Galdós para trazar un amplio panorama de la sociedad española con multitud de personajes secundaros representativos de diversos sectores y ambientes.

Etapa espiritualista

En sus últimas novelas Galdós muestra un creciente interés por los temas morales y espirituales. La incógnita y Realidad (1889) marcan, como hemos visto, un giro en la novela galdosiana y española. En Nazarín (1895), un sacerdote choca con el egoísmo y la incomprensión de la sociedad cuando intenta vivir de acuerdo con los principios del Evangelio. En Misericordia (1897), una criada practica la caridad cristina con su ama, sumida en la pobreza, que trata de ocultar a todos.

Obras teatrales

En su etapa final mostró Galdós un creciente interés por el teatro, perceptible ya en la importancia que adquieren los diálogos en sus últimas novelas. De ahí que la mayoría de sus obras teatrales sean adaptaciones de sus novelas, conservando el mismo título: Realidad (1892), Doña Perfecta (1896), El abuelo (1904), etc. Estas obras no tuvieron, en general, una acogida muy favorable por parte de un público que estaba más inclinado a los dramas neorrománticos de Echegaray, Electra (1901) sí fue un gran éxito, en parte por razones políticas, ya que su estreno fue aprovechado para desencadenar una campaña anticlerical. La obra retoma uno de los grandes temas de Galdós, la lucha contra la religiosidad fanática e hipócrita, expresada a través del caso de una chica a la que su familia, con engaños, obliga a hacerse monja.

Valoración

La amplitud, variedad y calidad de la obra galdosiana le otorgan un lugar de excepción, sólo comparable al de Cervantes, dentro de la literatura europea de su época y de la historia de la literatura europea de su época y de la historia de la literatura española. En su producción novelística encontramos todas las modalidades narrativas: desde el realismo y el naturalismo hasta la más pura fantasía y el espiritualismo.

Galdós es el único escritor español del siglo XIX capaz de construir un amplio cuadro del conjunto de la sociedad de su tiempo. Aunque ubica la mayoría de sus obras en Madrid, no cae en el casticismo. Madrid le interesa como centro de la vida nacional, como gran ciudad en la que se mezclan todas las clases sociales: la aristocracia venida a menos, la burguesía ascendente, la pequeña burguesía en precaria posición, las clases populares y los marginados. Todos estos ambientes son descritos con detalle a través de cientos de personajes llenos de vida, inspirados en la realidad.

Al mismo tiempo, Galdós es el único escritor que posee una visión global y coherente de la historia contemporánea de España, novelada en sus Episodios nacionales. Su clara postura liberal, que en sus inicios se muestra partidista, cada vez se va haciendo más integradora y comprensiva. La esencia de su pensamiento progresista es la tolerancia, el rechazo de todo fanatismo, que había enfrentado en luchas fraticidas a los españoles. A pesar de que es un fiel cronista de estos enfrentamientos políticos e ideológicos, no cae en el pesimismo, y mantiene incólume su fe en la vitalidad del pueblo español.

Leopoldo Alas Clarín
Leopoldo Alas Clarín

8. Leopoldo Alas, Clarín

De familia asturiana, nació el año 1852 en Zamora, donde su padre era gobernador civil. No obstante, por sus orígenes familiares y sus preferencias personales, siempre se consideró asturiano. En 1863 la familia se afincó en Oviedo, donde inició sus estudios de bachillerato. En 1868 participó con entusiasmo en las jornadas revolucionarias de septiembre. Esta experiencia fue la base de sus convicciones progresistas y republicanas. Al año siguiente comenzó en la Universidad de Oviedo sus estudios de Derecho, que terminó en 1871. En ese año se trasladó a Madrid para cursar estudios de doctorado. En la universidad entró en contacto con os profesores Krausistas (Giner de los Ríos Salmerón). Al mismo tiempo colaboraba en El Solfeo, de orientación republicana. Allí comenzó a utilizar el seudónimo “Clarín” para firmar sus artículos. En 1878 obtuvo el doctorado con una tesis de clara influencia Krausista. Gana las oposiciones a una cátedra de la Universidad de Salamanca, pero no puede tomar posesión de ella debido a la injusta intervención del ministro de fomento, que se vengó así de las sátiras que el escritor le había dirigido desde la prensa. En 1882 consiguió la cátedra de Economía Política de la Universidad de Zaragoza. Con ello se estabilizó su situación económica y pudo casarse con su novia, Onofre García Argüelles. Al año siguiente se traslada a la cátedra de Derecho Romano de la Universidad de Oviedo, que ejercería hasta su muerte. En 1885 la publicación de La Regenta provocó el escándalo entre los ambientes conservadores de toda España, y en los personajes de la novela. En 1891 fue elegido concejal republicano del ayuntamiento de la capital asturiana.

La obra de Clarín se compone de numerosos artículos de crítica literaria, dos novelas, una obra teatral y varios libros de cuentos.

-          Sus artículos de crítica literaria, a menudo duros con las imperfecciones de los escritores, pronto le hicieron conocido y respetado en todo el país. En ellos no sólo comentaba las novedades literarias, sino que también expuso sus ideas acerca de la novela y de las corrientes literarias de su época, como el Naturalismo.

-          La producción novelística de Clarín es escasa: La Regentea (1885) y Su único hijo (1890). Esta última se aleja del Realismo para expresar de pleno la crisis ideológica de fin de siglo. En ella predomina la introspección psicológica sobre la acción, que gira en torno a la obsesión del protagonista por ser padre, como forma de dar sentido a su vida mediocre.

-          Clarín intentó introducirse también, aunque sin demasiado éxito, en el mundo teatral con Teresa (1895), drama de ambientación obrera.

-          Especial importancia tienen sus cuentos, 62 en total, a los que hay que agregar varias novelas cortas, entre las que destacan Pipá, sobre la tragedia de un golfillo; doña Berta, poética historia de una solterona; y, sobre todo, Adiós, Cordera, uno de los mejores cuentos de la literatura española. Aunque no falta la tendencia satírica tan característica de su producción periodística y novelística, en la narrativa corta Clarín se muestra más abierto a la ternura, a la compasión y a la solidaridad con los marginados, los débiles y los humildes.

La Regenta

Sin duda, la obra maestra de clarín es La Regenta (1885), que está considerada como una de las novelas más importantes de la literatura española. En ella se retrata en toda su complejidad una ciudad de provincias, Vetusta (nombre tras el que se esconde Oviedo), en la que está representada la sociedad española de la Restauración. Clarín somete a una irónica crítica a todos los estamentos de la ciudad: la aristocracia decadente, el clero corrupto, las damas hipócritas, los partidos políticos…Todo ello conforma una atmósfera social asfixiante, opresiva, con la que choca la protagonista, Ana Ozores. Su temperamento sensible y soñador la lleva a refugiarse en el misticismo, pero su confesor, el canónigo Fermín de Pas, la decepciona cuando intenta aprovecharse de ella. Cae entonces en brazos de Álvaro Mesía, un mediocre don Juan, con el que vivirá una relación amorosa que no resultará ser más que un sucedáneo de sus ideales románticos. En el enfrentamiento entre Ana y Vetusta, la primera acabará siendo vencida, y, en consecuencia, marginada. La importancia dela presión ambiental, social, sobre la protagonista acerca la novela a las teorías del Naturalismo.

La obra se divide en dos partes. Cada una consta de quince extensos capítulos, pero la distribución temporal entre ambas es irregular: mientras la primera abarca los acontecimientos que ocurren en tres días, la segunda comprende tres años. Cada capítulo goza de unidad y de autonomía dentro de un conjunto perfectamente ensamblado. Sin embargo, esta perfecta organización interna no es fruto de una lenta elaboración, sino de un agitado y rapidísimo proceso de escritura, en el que el escritor se olvidaba a veces “hasta de los nombres de algunos personajes”, según confesó él mismo.

La Regenta es una novela de poca acción, lenta, en la que adquieren gran importancia las descripciones de la psicología de los personajes y de los ambientes: la catedral, el casino, las reuniones y fiestas de la burguesía…

Clarín combina el punto de vista objetivo, distante, con el del autor omnisciente, es decir, interviene de vez en cuando en la obra, dando sus opiniones sobre las acciones de los personajes, anticipando los acontecimientos…y, sobre todo, aportando una aguda visión irónica que se pone al servicio de una demoledora crítica de la sociedad de la Restauración, hipócrita y mediocre.

La Regenta causó escándalo en su momento, en especial por las críticas anticlericales que contenía. Este hecho contribuyó a que la novela no tuviera mucho éxito de público y de crítica en su época. Hubo que esperar a las últimas décadas del siglo XX para que la crítica reconociera que se trataba de una auténtica obra maestra.

Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán

9. Emilia Pardo Bazán

Hija de una familia aristocrática, de la que heredó el título de condesa, nació en La Coruña el año 1852.Desde muy niña demostró una gran afición por la lectura y empezó a escribir con gran precocidad. A los dieciséis años hizo públicos sus primeros estudios sobre temas literarios, causando asombro por sus amplios conocimientos culturales En 1868 se casó y se fue a vivir a Madrid. Viajó mucho por Europa y dio conferencias en París. En materia ideológica supo combinar tendencias aparentemente contradictorias lo que le hizo sufrir a menudo la incomprensión tanto de los conservadores como de los progresistas. Su ferviente catolicismo y sus iniciales simpatías por el carlismo no frenaron un espíritu tolerante y lleno de curiosidad hacia todo tipo de ideas que le llevó a interesarse por las corrientes científicas y culturales más modernas, como el evolucionismo de Darwin. Siempre se mantuvo atenta a las novedades literarias europeas, y en 1881 fue la primera que divulgó y defendió el Naturalismo francés en España en una serie de artículos recogidos después en libro con el título de La cuestión palpitante. Unos años después fue también una de las primeras en señalar el declive del Naturalismo y su sustitución por nuevas corrientes espiritualistas. Sostuvo una relación secreta con Galdós, de la que se ha conservado la correspondencia amorosa. Fue una mujer independiente, excepcional en la España de su época, precursora de las ideas feministas actuales.

En 1892 exponía así su opinión acerca de la educación de la mujer:

No puede la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión. En mi concepto, pues, débese educar a la mujer no sólo virilmente, sino humanamente: educación más fuerte y completa todavía, más allá del macho y de la hembra.

La escritora encontró siempre serios obstáculos para lograr el reconocimiento de los ambientes intelectuales, reacios a admitir mujeres. Tuvo que esperar hasta 1916 par ser nombrada catedrática de Literatura venciendo la oposición de los profesores de la Universidad Central de Madrid. No logró, en cambio, se admitida en la Real Academia Española.

Etapa naturalista

Aunque cultivó casi todos los géneros literarios, lo mejor de la obra de Pardo Bazán son las novelas. Su primera novela, Pascual López (1879), tiene carácter realista. Sin embargo, en 1881, año en que empieza en España la polémica en torno al Naturalismo, publica Un viaje para novios, en la que aparecen ya las descripciones minuciosas y las observaciones fisiológicas típicas del Naturalismo. También está escrita siguiendo la técnica naturalista La tribuna (1882), obra de tema político-social en la que se narra la trayectoria de Amaro, trabajadora de la fábrica de tabaco de Marineda (La Coruña), que se convierte en dirigente de sus compañeras en la lucha por sus derechos. La trama argumental de La Tribuna, situada en el período revolucionario 1868-1873, está enfocada desde un puto de vista crítico, ya que la autora manifiesta en el prólogo de la obra su desacuerdo en los ideales republicanos que defiende la protagonista.

La novela más importante de Emilia Pardo Bazán es Los pazos de Ulloa (1886), influida igualmente por el Naturalismo. Esta obra está ambientada en una de las zonas rurales más atrasadas de Galicia y se centra en el choque de unos personajes sensibles, educados en la ciudad, con otros personajes, representativos del ambiente degradado y brutal que reina en una aldea.

Los personajes de Los pazos de Ulloa aparecen, de acuerdo con las tesis de Zola, determinados por el medio ambiente. De un lado, Pedro Moscoso, señor del pazo de Ulloa, aristócrata decadente y embrutecido, dominado por sus criados. Del otro, Nucha, la joven esposa traída de la ciudad, y Julián, el capellán recién salido del seminario. Ambos sucumbirán a la terrible hostilidad de la aldea, un “paisaje de lobos”. El relato se convierte así en una dura visión del campesinado y del mundo rural, totalmente opuesta a la visión idílica que ofrecía Pereda.

La continuación de Los pazos de Ulloa es La madre Naturaleza (1887), novela en la que se acentúa el determinismo naturalista, ya que los protagonistas, dos jóvenes hermanastros, viven de manera inconsciente una relación amorosa incentuosa que se les impone de manera fatal.

Etapa espiritualista

Insolación y Morriña, ambas de 1889, son novelas de transición, en las que la autora acentúa el estudio psicológico de los personajes. La superación del Naturalismo, o mejor la búsqueda de un Naturalismo espiritualista, de orientación católica, se manifiesta en Una cristiana y en La prueba, publicadas ambas en 1890. En ellas se narra el drama de una mujer casada con un leproso, la cual ha de soportar la prueba de esperar su muerte para unirse al hombre que ama.

Sus últimas novelas son ya claramente espiritualistas y simbólicas, muy próximas al espíritu del Modernismo: El tesoro de Gastón (1897), El saludo de las brujas (1898), La quimera (1905), La sirena negra (1909) y Dulce sueño (1911).

Pardo Bazán escribió también cientos de cuentos que se fueron publicando en diversas revistas. Su breve extensión, impuesta por razones periodísticas, no es obstáculo para que la autora demuestre una gran capacidad de síntesis. Con frecuencia, una pequeña anécdota de la vida cotidiana se convierte en símbolo de toda una personalidad o de una trayectoria vital.

Destacó también como crítica literaria. Son muy valiosos sus estudios sobre Alarcón, Galdós, Pereda, Valera…y los dedicados a Zola, los Goncourt, Tolstoi, Dostoievski…

10. Vicente Blasco Ibáñez

Nació en Valencia el año 1867, hijo de un pequeño comerciante de origen aragonés. Dejó sin acabar los estudios de Derecho y, sin permiso de sus padres, se marchó a Madrid, donde fue secretario de Fernández y González, novelista de folletín que le inició en la técnica novelística.

Blasco Ibáñez participó en la política de su tiempo desde posiciones republicanas. En 1889 tuvo que huir a París por haber participado en una conspiración antimonárquica. Regresó en 1891, después de ser amnistiado, y en Valencia fundó el diario El Pueblo, órgano del partido republicano. A partir de1898 fue elegido diputado en varias ocasiones. En 1910 decidió dedicarse a experimentaciones agrícolas, y embarcó hacia La Patagonia, en compañía de unos cientos de campesinos con los que fundó dos colonias que fracasaron al poco tiempo. En 1914 regresó a Europa y se estableció en París. Allí, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, organizó diversas campañas propagandísticas a favor de los aliados. De regreso en España, mantuvo una encarnizada oposición a Alfonso XIII, hecho que le obligó a exiliarse otra vez a Francia cuando tomó el poder el general Primo de Rivera (1923).

Blasco Ibáñez gozó de una gran popularidad en su época, en parte atribuible a su personalidad y a su vida aventurera. Fue uno de los escritores españoles más traducidos y conocidos fuera de España. De algunas de sus novelas, como Los cuatro jinetes del Apocalipsis o Cañas y barro, se hicieron adaptaciones cinematográficas o televisivas. Hoy su obra no es tan valorada por la crítica, pero sigue gozando del interés del público.

Dejando aparte sus comienzos literarios como novelista de folletín, la extensa producción novelística de Blasco Ibáñez puede clasificarse en tres ciclos diferentes:

-          Ciclo valenciano. Comienza en 1894 y se considera el ciclo más importante. Las obras que componen este ciclo son novelas de técnica naturalista, que abarcan el conjunto de los ambientes de la región valenciana: la ciudad, el mar y el campo, con coloristas descripciones de los paisajes y las costumbres regionales. Cabe destacar entre ellas Arroz y tartana (1894), novela, sobre la pequeña burguesía de Valencia; Flor de Mayo (1895) sobre los pescadores valencianos; La barraca (1898), ambientada en la Huerta; Cañas y barro (1902), situada en la Albufera.

-          Ciclo político. Entre 1903 y 1906, Blasco Ibáñez publica varias novelas de tendencia anticlerical y republicana: La catedral (1903), El intruso (1904), La bodega (1905) y La horda (1906). Desde el punto de vista literario, las obras de este ciclo son novelas lastradas por el excesivo peso de sus opiniones políticas.

-          Ciclo final. De 1906 a 1926, el novelista siguió publicando novelas, pero sin aportar nada nuevo a una literatura ya renovada por nuevas corrientes que superan el Realismo. Entre las obras de este período destaca Los cuatro jinetes del Apocalipsis, apasionada defensa de los aliados publicada en plena guerra mundial (1916), lo que le dio una gran proyección internacional.

11. La poesía del período realista

Tuvo buena acogida en el público, aunque hoy nos resulte alejada de nuestra sensibilidad. Habrá que esperar a la llegada del Modernismo para que la poesía vuelva a ser “poética”, tanto en su lenguaje como en su temática.

Como hemos visto, la poesía del período realista, además de la tendencia subjetiva de Bécquer y Rosalía de Castro, se divide en dos tendencias: la escéptica y prosaica de Campoamor y la discursiva y retórica de Núñez de Arce. A pesar de sus diferencias, ambos consideran que la poesía es un medio de expresa ideas, no sentimientos ni bellezas formales. Campoamor definió así este concepto de poesía: “en lugar de arte para la emoción y la forma, el arte por la idea”.

A pesar de que hoy apenas se valora, la poesía de Campoamor gozó de una fama y un prestigio extraordinarios en su época. Sus libros poéticos más importantes son: Dolorosas (1846), Pequeños poemas (1873-1892) y Humoradas (1886). Su estilo es deliberadamente prosaico, sencillo, casi coloquial; y sus temas se basan en una mentalidad escéptica, irónica, que se resume en sus conocidos versos:

Y es que en el mundo traidor

nada hay verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira.

 

Conviene tener en cuenta otra corriente poética autónoma, que, aunque no tuvo representantes de primera categoría, sirvió de enlace entre el Romanticismo y el Modernismo. Es una poesía en la que predominan las descripciones coloristas y los ambientes exóticos, utilizando un lenguaje poético rico en imágenes y una versificación sonora. Figuran en esta tendencia Manuel Reina, Ricardo Gil y Salvador Rueda. Mención aparte merece la poesía regional de José María Gabriel Galán, de un realismo sencillo y sentimental.

12. La crisis del Naturalismo y el resurgimiento del espiritualismo

Hacia 1887, apenas cinco años después de la polémica introducción del Naturalismo en España, comienza a entrar en crisis la tendencia liderada por Zola. Conviene señalar que esta reacción antinaturalista la emprendieron en muchos casos los propios defensores del Naturalismo, en consonancia con las nuevas orientaciones literarias europeas. En España, se percibe el cambio en las últimas novelas de los grandes escritores de la promoción realista: Valera, Galdós, Clarín, Pardo Bazán. Ahora, en lugar de basarse en la trama argumental, ponen el acento en la psicología de los personajes y en sus problemas orales y espirituales. Los nuevos modelos son los novelistas rusos y los dramaturgos escandinavos, como Henrik Ibsen (1828-1906) y August Strindberg (1849-1912).

Galdós inicia el cambio de rumbo con La incógnita (1889) y Realidad (1890). En ellas trata el mismo tema, un caso de adulterio femenino, desde dos puntos de vista distintos. En la primera nos cuenta los hechos desde fuera, desde su apariencia, con lo que la realidad permanece incógnita, desconocida; en la segunda, los mismos hechos son analizados profundizando en el alma de los personajes, y así llegamos a conocer la verdad. De esta forma se demuestran los límites de la realidad externa, material. Emilia Pardo Bazán, comentando la novela de Galdós, consideró que este enfoque era propio de un “realismo romántico-filosófico”. Del mismo modo, Clarín, en el prólogo a sus Cuentos morales (1895), proclamaba que “no es lo principal la descripción del mundo exterior ni la narración interesante de vicisitudes históricas, sociales, sino el hombre interior, su pensamiento, su sentir, su voluntad”. Y Emilia Pardo Bazán describió en estos términos coloquiales la nueva sensibilidad: “Volver a la moral, al misticismo quietista, a las merengadas de psicología y a las natillas del sentimiento, era natural después de tanta pimienta y tanta mostaza y tanto peleón”.

Este giro de la narrativa de finales del siglo XIX conecta con la renovación estética general que conocemos como Modernismo, opuesto a la mentalidad cientificista en que se basó el Realismo.

 

ACTIVIDADES

La Gaviota, Fernán Caballero

María, “la gaviota”, asiste a la corrida de toros en la que actúa su amante, el torero Pepe Vera.

 

Pepe Vera salió entonces armado a la lucha. Después de haber saludado a la autoridad, se plantó delante de María y la brindó el toro.

     Él estaba pálido; María, encendida, y los ojos saltándosele de las órbitas. Su aliento salía del pecho agitado, como el ronco resuello del que agoniza. Echaba el cuerpo adelante, apoyándose en la barandilla y clavando en ella las uñas. María amaba a aquel hombre joven y hermoso, a quien veía tan sereno delante de la muerte. Se complacía en un amor que la subyugaba, que la hacía temblar, que le arrancaba lágrimas, porque ese amor brutal y tiránico, ese cambio de afectos profundos, apasionados y exclusivos, era el amor que ella necesitaba; como ciertos hombres de organización especial, en lugar de licores dulces y vinos delicados, necesitan el poderoso estimulante de las bebidas alcohólicas.

     Todo quedó en el más profundo silencio. Como si un horrible presentimiento se hubiese apoderado de las almas de todos los presentes, oscureciendo el brillo de la fiesta, como la nube oscurece el del sol.

     Mucha gente se levantó y se salió de la plaza.

     El toro, entre tanto, se mantenía en medio de la arena con la tranquilidad de un hombre valiente que, con los brazos cruzados y la frente erguida, desafía arrogantemente a sus adversarios.

     Pepe Vera escogió el lugar que le convenía, con su calma y desgaire acostumbrados y señalándoselo con el dedo a los chulos:

     -¡Aquí! -les dijo.

     Los chulos partieron volando, como los cohetes de un castillo de pólvora. El animal no vaciló un instante en perseguirlos. Los chulos desaparecieron. El toro se encontró frente a frente con el matador.

     Esta formidable situación no duró mucho. El toro partió instantáneamente y con tal rapidez, que Pepe Verano pudo prepararse. Lo más que pudo hacer, fue separarse para eludir el primer impulso de su adversario. Pero aquel animal no seguía, como lo hacen comúnmente los de su especie, el empuje que les da su furioso ímpetu. Volvióse de repente, se lanzó sobre el matador como el rayo y le recogió ensartado en las astas: sacudió furioso la cabeza y lanzó a cuatro pasos el cuerpo de Pepe Vera, que cayó como una masa inerte.

     Millares de voces humanas lanzaron entonces un grito, como sólo hubiera podido concebirlo la imaginación de Dante; un grito que desgarraba las entrañas: hondo, lúgubre, prolongado.

     Los picadores se echaron con sus caballos y garrochas sobre el toro, para impedir que recogiese a su víctima.

     Los chulos, como bandada de pájaros, le circundaron también.

     -¡Las medialunas!, ¡las medialunas! -gritó la concurrencia entera. El alcalde repitió el grito.

     Salieron aquellas armas terribles y el toro quedó en breve desajarretado; el dolor y la rabia le arrancaban espantosos bramidos. Cayó por fin muerto, al golpe del puñal que le clavó en la nuca el innoble cachetero.

     Los chulos levantaron a Pepe Vera.

     -¡Está muerto! -tal fue el grito que exhaló unánime el brillante grupo que rodeaba al desventurado joven, y que de boca en boca subió hasta las últimas gradas, cerniéndose sobre la plaza a manera de fúnebre bandera.

……………………………………………….

 Transcurrieron quince días después de aquella funesta corrida.

     En una alcoba, en que se veían todavía algunos muebles decentes, aunque habían desaparecido los de lujo; en una cama elegante, pero cuyas guarniciones estaban marchitas y manchadas, yacía una joven pálida, demacrada y abatida. Estaba sola.

     Esta mujer pareció despertar de un largo y profundo sueño. Incorporóse en la cama, recorriendo el cuarto con miradas atónitas. Apoyó su mano en la frente, como si quisiese fijar sus ideas, y con voz débil y ronca dijo:

     -¡Marina! -entró entonces no Marina, sino otra mujer, trayendo una bebida que había estado preparando.

     La enferma la miró.

     -¡Yo conozco esa cara! -dijo con sorpresa.

     -Puede ser, hermana -respondió la que había entrado, con mucha dulzura-. Nosotras vamos a las casas de los pobres como a las de los ricos.

     -Pero ¿dónde está Marina? ¿Dónde está? -dijo la enferma.

     -Se ha huido con el criado, robando cuanto han podido haber a las manos.

     -¿Y mi marido?

     -Se ha ausentado sin saberse adónde.

     -¡Jesús! -exclamó la enferma, aplicándose las manos a la frente.

     -¿Y el duque? -preguntó después de algunos instantes de silencio-. Debéis conocerle, pues en su casa fue donde creo haberos visto.

     -¿En casa de la duquesa de Almansa? Sí, en efecto, esa señora me encargaba de la distribución de algunas limosnas. Se ha ido a Andalucía con su marido y toda su familia.

     -¡Conque estoy sola y abandonada! -exclamó entonces la enferma, cuyos recuerdos se agolpaban a su memoria, siendo los primeros los más lejanos, como suele suceder al volver en sí de un letargo.

     -¿Y qué? ¿No soy yo nadie? -dijo la buena hermana de la caridad, circundando con sus brazos a María-. Si antes me hubieran avisado, no os hallaríais en el estado en que os halláis.

     De repente salió un ronco grito del dolorido pecho de la enferma.

     -¡Pepe!..., ¡el toro!... ¡Pepe!..., ¡muerto!..., ah!

     Y cayó sin sentido en la almohada.

 

Chulos: ayudantes del torero

Medias lunas: instrumentos en forma de media luna para desjarretar toros.

Cachetero: torero que remata al toro con una especie de puñal.

Circundando: rodeando.

Actividades

1. Señala dónde interviene directamente la autora en la narración de los hechos.

2. ¿Qué orientación ideológica tienen las intervenciones de la autora?

3. Uno de los rasgos de estilo más característicos de Fernán Caballero es el uso de comparaciones. Localiza y comenta algunas de las que aparecen en el texto.

4. ¿Qué moraleja pretende defender la autora por medio del desgraciado final de la protagonista de La gaviota?

 

Un hombre visto por fuera y por dentro, Pedro Antonio de Alarcón

El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de su ingenio y de su gracia, el difunto Obispo se lo pidió a sus padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su Ilustrísima, y dejado que hubo el mozo el Seminario por el Cuartel, distinguióle entre todo su Ejército el General Caro, y lo hizo su Ordenanza más íntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, el empeño militar, fuele tan fácil al tío Lucas rendir el corazón de la señá Frasquita, como fácil le había sido captarse el aprecio del General y del Prelado. La navarra, que tenía a la sazón veinte abriles, y era el ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a su padre y a su madre.

Lucas era en aquel entonces, y seguía siendo en la fecha a que nos referimos, de pequeña estatura (a los menos con relación a su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedía algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo... Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos instintivos o empíricos de muchas cosas, profundo desdén a los necios, cualquiera que fuese su categoría social, y cierto espíritu de ironía, de burla y de sarcasmo, que le hacían pasar, a los ojos del Académico, por un don Francisco de Quevedo en bruto.

Tal era por dentro y por fuera el tío Lucas.

 

Picio: personaje proverbial, símbolo de la fealdad.

A la sazón: entonces.

Donaires: ocurrencias graciosas.

Avisado: listo, espabilado.

Beldad: mujer hermosa.

Barbilampiño: de poca barba

Regular: proporcionada, armoniosa.

Melosa: suave, dulce

Empíricos: sacados de la experiencia

Actividades

1. Resume en una frase el contenido del fragmento.

2. Teniendo en cuenta su contenido, divide el texto en partes, asignando un breve enunciado a cada una de ellas.

3. ¿Qué orden se ha seguido en la descripción del personaje?

4. ¿Se corresponden los rasgos físicos con los psicológicos?

5. Señala los principales recursos de tipo repetitivo.

6. Explica la comparación entre el tío Lucas y Quevedo.

Pepita Jiménez, Juan Valera

28 de narzo

Como es posible que sea mi madrastra, la he mirado con detención y me parece una mujer singular, cuyas condiciones morales no atino a determinar con certidumbre […]

12 de mayo

Pues bien, a pesar de esto, yo he creído notar dos o tres veces un resplandor instantáneo, un relámpago, una llama fugaz devoradora en aquellos ojos que se posaban en mí. ¿Será vanidad ridícula sugerida por el mismo demonio?

Me parece que sí: quiero creer y creo que sí.

Lo rápido, lo fugitivo de la impresión, me induce a conjeturar que no ha tenido nunca realidad extrínseca; que ha sido ensueño mío.

La calma del cielo, el frío de la indiferencia amorosa, si bien templado por la dulzura de la amistad y de la caridad, es lo que descubro siempre en los ojos de Pepita.

  Me atormenta, no obstante, este ensueño, esta alucinación de la mirada extraña y ardiente.

………………………

De todos modos, me digo a veces, ¿sería tan absurdo, tan imposible que lo hubiera? Y si lo hubiera, si yo agradase a Pepita de otro modo que como amigo, si la mujer a quien mi padre pretende se prendase de mí, ¿no sería espantosa mi situación?

19 de mayo

Cada vez que se encuentran nuestras miradas, se lanzan en ellas nuestras almas, y en los rayos que se cruzan, se me figura que se unen y compenetran. Allí se descubren mil inefables misterios de amor, allí se comunican sentimientos que por otro medio no llegarían a saberse, y se recitan poesías que no caben en lengua humana, y se cantan canciones que no hay voz que exprese ni acordada cítara que module.

Desde el día en que vi a Pepita en el Pozo de la Solana, no he vuelto a verla a solas. Nada le he dicho ni me ha dicho, y sin embargo nos lo hemos dicho todo.

6 de junio

Pepita estaba sola. Al vernos, al saludarnos, nos pusimos los dos colorados. Nos dimos la mano con timidez, sin decirnos palabra.

  —127→  

Yo no estreché la suya: ella no estrechó la mía; pero las conservamos unidas un breve rato.

En la mirada que Pepita me dirigió nada había de amor, sino de amistad, de simpatía, de honda tristeza.

Había adivinado toda mi lucha interior: presumía que el amor divino había triunfado en mi alma; que mi resolución de no amarla era firme e invencible.

No se atrevía a quejarse de mí; no tenía derecho a quejarse de mí; conocía que la razón estaba de mi parte. Un suspiro, apenas perceptible, que se escapó de sus frescos labios entreabiertos, manifestó cuánto lo deploraba.

Nuestras manos seguían unidas aún. Ambos mudos. ¿Cómo decirle que yo no era para ella, ni ella para mí?; ¡Qué importaba separamos para siempre!

Sin embargo, aunque no se lo dije con palabras, se lo dije con los ojos. Mi severa mirada confirmó sus temores: la persuadió de la irrevocable sentencia.

De pronto se nublaron sus ojos; todo su rostro hermoso, pálido ya de una palidez traslúcida, se contrajo con una bellísima expresión de melancolía. Parecía la madre de los dolores. Dos lágrimas brotaron lentamente de sus ojos y empezaron a deslizarse por sus mejillas.

  —128→  

No sé lo que pasó en mí. ¿Ni cómo describirlo, aunque lo supiera?

Acerqué mis labios a su cara para enjugar el llanto, y se unieron nuestras bocas en un beso.

Inefable embriaguez, desmayo fecundo en peligros invadió todo mi ser y el ser de ella. Su cuerpo desfallecía y la sostuve entre mis brazos.

Quiso el cielo que oyésemos los pasos y la tos del padre vicario que llegaba, y nos separamos al punto.

Volviendo en mí, y reconcentrando todas las fuerzas de mi voluntad, pude entonces llenar con estas palabras, que pronuncié en voz baja e intensa, aquella terrible escena silenciosa:

-¡El primero y el último!

Yo aludía al beso profano; mas, como si hubieran sido mis palabras una evocación, se ofreció en mi mente la visión apocalíptica en toda su terrible majestad. Vi al que es por cierto el primero y el último, y con la espada de dos filos que salía de su boca me hería en el alma, llena de maldades, de vicios y de pecados.

Toda aquella noche la pasé en un frenesí, en un delirio interior, que no sé cómo disimulaba.

Me retiré de casa de Pepita muy temprano.

En la soledad fue mayor mi amargura.

Al recordarme de aquel beso y de aquellas palabras de despedida, me comparaba yo con el traidor Judas, que vendía besando, y con el sanguinario y alevoso asesino Joab, cuando al besar a Amasá, le hundió el hierro agudo en las entrañas.

Había incurrido en dos traiciones y en dos falsías. Había faltado a Dios y a ella.

Soy un ser abominable.

Extrínseca: exterior

Irrevocable: de obligado cumplimiento

La madre de los dolores: la virgen llorando la muerte de Jesús.

 

Actividades

1. Explica el sentido de las paradojas de la penúltima carta.

2. Señala la evolución que va sufriendo la opinión que de Pepita tiene el protagonista.

3. En estos fragmentos tiene gran importancia la comunicación no verbal (gesto, miradas…). Analiza las metáforas que se utilizan para describir la intensidad de las miradas.

Sotileza, Benito Pérez Galdós

Sobre el monte de Hano había una multitud de personas que contemplaban con espanto, y resistiendo mal los embates del furioso vendaval, la terrible situación de la lancha. Andrés, por fortuna suya y de cuantos iban con él, no miró entonces hacia arriba. Le robaba toda la atención el examen del horroroso campo en que iba a librarse la batalla decisiva.

De pronto gritó a sus remeros:

-¡Ahora!... ¡Bogar!... ¡Más!...

Y los remeros, sacando milagrosas fuerzas de sus largas fatigas, se alzaron rígidos en el aire, estribando en los bancos con los pies y colgados del remo con las manos.

Una ola colosal se lanzaba entonces al boquete, hinchada, reluciente, mugidora, y en lo más alto de su lomo cabalgaba la lancha a toda fuerza de remo.

El lomo llegaba de costa a costa; mejor que lomo, anillo de reptil gigantesco, que se desenvolvía de la cola a la cabeza. El anillo aquél siguió avanzando por el boquete adentro hacia las Quebrantas, en cuyos arenales había de estrellarse rebramando; pasó bajo la quilla de la lancha, y ésta comenzó a deslizarse de popa como por la cortina de una cascada, hasta el fondo de la sima que la ola fugitiva había dejado atrás. Allí se corría el riesgo de que la lancha se durmiera; pero Andrés pensaba en todo, y pidió otro esfuerzo heroico a sus remeros. Hiciéronle; y remando para vencer el reflujo de la mar pasada, otra mayor que entraba, sin romper en el boquete, fue alzándola de popa y encaramándola en su lomo, y empujándola hacia el puerto. La altura era espantosa, y Andrés sentía el vértigo de los precipicios; pero no se arredraba, ni su cuerpo perdía los aplomos en aquella posición inverosímil.

-¡Más!..., ¡más! -gritaba a los extenuados remeros, porque había llegado el momento decisivo.

Y los remos crujían, y los hombres jadeaban, y la lancha seguía encaramándose, pero ganando terreno. Cuando la popa tocaba la cima de la montaña rugiente, y la débil embarcación iba a recibir de ella el último impulso favorable, Andrés, orzando brioso, gritó conmovido, poniendo en sus palabras cuanto fuego quedaba en su corazón:

-¡Jesús, y adentro!...

Y la ola pasó también sin reventar, hacia las Quebrantas, y la lancha comenzó a deslizarse por la pendiente de un nuevo abismo. Pero aquel abismo era la salvación de todos, porque habían doblado la punta de la Cerda y estaban en puerto seguro.

En el mismo instante, cuando Andrés, conmovido y anheloso, se echaba atrás los cabellos y se enjugaba el agua que corría por su rostro, una voz, con un acento que no se puede describir, gritó desde lo alto de la Cerda:

-¡Hijo!... ¡Hijo!...

Andrés, estremeciéndose, alzó la cabeza; y delante de una muchedumbre estupefacta, vio a su padre con los ojos abiertos, el sombrero en la mano y la espesa y blanca cabellera revuelta por el aire de la tempestad.

Aquella emoción suprema acabó con la fuerza de su espíritu; y el escarmentado mozo, plegando su cuerpo sobre el tabladillo de la chopa, y escondiendo su cara entre las manos trémulas, rompió a llorar como un niño, mientras la lancha se columpiaba en las ampollas colosales de la resaca, y los fatigados remeros daban el necesario respiro a sus pechos jadeantes.

Estribando: apoyándose

Orzando: inclinando la proa hacia la parte de donde viene el viento

Estupefacta: asombrada, atónita

Chopa: cobertizo situado en la popa de la embarcación

Resaca: retroceso de las olas después que han llegado a la orilla.

Actividades

1. Localiza un pasaje que plantea la escena como un combate épico.

2. Distribuye los siguientes papeles o roles entre los personajes que aparecen en la escena: héroe, enemigo, ayudantes del héroe, espectadores.

3. Estudia la correspondencia que existe entre el dinamismo de la escena y el estilo con que está narrada.

4. Analiza las comparaciones y metáforas referidas al oleaje.

5. ¿Qué efecto produce la abundancia de conjunciones en el párrafo que comienza así: “Y lo remos crujían…”.

Los Episodios nacionales, Benito Pérez Galdós

Gabriel Araceli cuenta los primeros momentos de victoria de los españoles sobre los ejércitos napoleónicos.

Oyose otra vez el tiroteo, más vivo aún y más cercano; y en la vanguardia se operaron varios movimientos, cuyas oscilaciones llegaron hasta nosotros. Sin duda pasaba algo grave, puesto que el ejército todo se estremeció desde su cabeza hasta su cola. Un largo rato permanecimos en la mayor ansiedad, pidiéndonos unos a otros noticias de lo que ocurría; pero en nuestro regimiento no se sabía nada: todos los generales corrieron hacia la izquierda del camino, y los jefes de los batallones aguardaban órdenes decisivas del estado mayor. Por último, un oficial que volvía a escape en dirección a la retaguardia, nos sacó de dudas, confirmando lo que en todo el ejército no era más que halagüeña sospecha. ¡Los franceses, los franceses venían a nuestro encuentro! Teníamos enfrente a Dupont con todo su ejército, cuyas avanzadas principiaban a escaramucear con las nuestras. Cuando nosotros nos preparábamos a salir para buscarle en Andújar, llegaba él a Bailén de paso para la Carolina, donde creía encontrarnos. De improviso unos cuantos tiros les sorprenden a ellos tanto como a nosotros: detienen el paso; extendemos nosotros la vista con ansiedad y recelo en la oscura noche; todos ponemos atento el oído, y al fin nos reconocemos, sin vernos, porque el corazón a unos y otros nos dice: «Ahí están».

Cuando no quedó duda de que teníamos enfrente al enemigo, el ejército se sintió al pronto electrizado por cierto religioso entusiasmo. Algunos vivas y mueras sonaron en las filas, pero al poco rato todo calló. Los ejércitos tienen momentos de entusiasmo y momentos de meditación: nosotros meditábamos.[…]

Por último, aquellas tinieblas en que se habían cruzado los resplandores de los primeros tiros, comenzaron a disiparse; vislumbramos las recortaduras de los cerros lejanos, de aquel suave e inmóvil oleaje de tierra, semejante a un mar de fango, petrificado en el apogeo de sus tempestades; principiamos a distinguir el ondular de la carretera, blanqueada por su propio polvo, y las masas negras del ejército, diseminado en columnas y en líneas; empezamos a ver la azulada masa de los olivares en el fondo y a mano derecha; y a la izquierda las colinas que iban descendiendo hacia el río. Una débil y blanquecina claridad azuló el cielo antes negro. Volviendo atrás nuestros ojos, vimos la irradiación de la aurora, un resplandecimiento que surgía detrás de las montañas; y mirándonos después unos a otros, nos vimos, nos reconocimos, observamos claramente a los de la segunda fila, a los de la tercera, a los de más allá, y nos encontramos con las mismas caras del día anterior. La claridad aumentaba por grados, distinguíamos los rastrojos, las yerbas agostadas, y después las bayonetas de la infantería, las bocas de los cañones, y allá a lo lejos las masas enemigas, moviéndose sin cesar de derecha a izquierda. Volvieron a cantar los gallos. La luz, única cosa que faltaba para dar la batalla, había llegado, y con la presencia del gran testigo, todo era completo.

 

Principiaban: comenzaban

Escaramucear: sostener escaramuzas, pequeños combates entre las avanzadillas de dos ejércitos

Agostadas: secas a causa del calor.

Actividades

1. Explica el significado de las siguientes imágenes “el ejército todo se estremeció desde su cabeza hasta su cola”; “aquel suave, inmóvil oleaje de tierra…de sus tempestades”.

2. ¿Quién es “el gran testigo”?

3. ¿Qué punto de vista narrativo adopta el autor?

4. Divide el texto en función del predominio de las sensaciones auditivas y de las visuales.

5. En la frase “De iproviso…” se pasa a utilizar el presente de indicativo. Justifica el cambio.

6. Indica el orden que se ha seguido en la descripción del tercer párrafo.

Doña Perfecta, Benito Pérez Galdós

—¿Y qué le parece al señor don José nuestra querida ciudad de Orbajosa? —preguntó el canónigo, cerrando fuertemente el ojo izquierdo, según su costumbre mientras fumaba.

—Todavía no he podido formar idea de este pueblo —dijo Pepe—. Por lo poco que he visto, me parece que no le vendrían mal a Orbajosa media docena de grandes capitales dispuestos a emplearse aquí, un par de cabezas inteligentes que dirigieran la renovación de este país, y algunos miles de manos activas. Desde la entrada del pueblo hasta la puerta de esta casa he visto más de cien mendigos. La mayor parte son hombres sanos y aun robustos. Es un ejército lastimoso cuya vista oprime el corazón.

—Para eso está la caridad —afirmó don Inocencio—. Por lo demás, Orbajosa no es un pueblo miserable. Ya sabe usted que aquí se producen los primeros ajos de toda España. Pasan de veinte las familias ricas que viven entre nosotros.

—Verdad es —indicó doña Perfecta— que los últimos años han sido detestables a causa de la seca; pero aun así las paneras no están vacías, y se han llevado últimamente al mercado muchos miles de ristras de ajos.

—En tantos años que llevo de residencia en Orbajosa —dijo el clérigo, frunciendo el ceño— he visto llegar aquí innumerables personajes de la Corte, traídos unos por la gresca electoral, otros por visitar algún abandonado terruño o ver las antigüedades de la catedral, y todos entran hablándonos de arados ingleses, de trilladoras mecánicas, de saltos de aguas de bancos y qué sé yo cuántas majaderías. El estribillo es que esto es muy malo y que podía ser mejor. Váyanse con mil demonios; que aquí estamos muy bien sin que los señores de la Corte nos visiten, y mucho mejor sin oír ese continuo clamoreo de nuestra pobreza y de las grandezas y maravillas de otras partes. Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena, ¿no es verdad, señor don José? Por supuesto, no se crea ni remotamente que lo digo por usted De ninguna manera. Pues no faltaba más. Ya sé que tenemos delante a uno de los jóvenes más eminentes de la España moderna, a un hombre que sería capaz de transformar en riquísimas comarcas nuestras áridas estepas... Ni me incomoda porque usted me cante la vieja canción de los arados ingleses y la arboricultura y la selvicultura... Nada de eso; a hombres de tanto, de tantísimo talento, se les puede dispensar el desprecio que muestran hacia nuestra humildad. Nada, amigo mío, nada, señor don José, está usted autorizado para todo, para todo, incluso para decirnos que somos poco menos que cafres.

Canónigo: cargo eclesiástico, auxiliar del obispo.

Gresca electoral: alusión despectiva a las campañas electorales.

Clamoreo: clamor repetido.

1. Resume las opiniones de los dos interlocutores.

2. Señala las principales diferencias entre la manera de hablar de José Rey la de don Inocencio.

3. Compara el panorama que aquí se ofrece de la vida rural con el tópico del beatus ille.

4. ¿Qué recurso retórico utiliza don Inocencio en la segunda parte de su última intervención? ¿Con qué fin lo utiliza?

La desheredada, Benito Pérez Galdós

 

¿Pero las horas se han vuelto minutos? La noche vuela, y yo no duermo. Daré otra vuelta y cerraré los ojos; los apretaré aunque me duelan... ¿Por qué no puedo estar quieta un ratito largo? ¿Qué es esto que salta dentro de mí? ¡Ah!, son los nervios, los pícaros nervios, que cuando el corazón toca, ellos se sacan a bailar unos a otros. ¡Qué suplicio! Me muero de insomnio... Un baile en aquellos salones, Cielo santo, ¡qué hermoso será! ¡Cuándo verás en ti, garganta mía, enroscada una serpiente de diamantes, y tú, cuerpo, arrastrando una cola de gro!... Me gustan, sobre todas las cosas, los colores bajos, el rosa seco, el pajizo claro, el tórtola, el perla. Para gustar de los colores chillones ahí están esas cursis de Emilia y Leonor... ¡Cómo me agradan los terciopelos y las felpas de tonos cambiantes! Un traje negro con adornos de fuego, o claro con hojas de Otoño resulta lindísimo... El buen gusto nace con la persona...

»Vamos, gracias a Dios que me duermo. Poquito a poco me va ganando el sueño. Al fin descansaré: bien lo necesito... Ya llegan los convidados, mi abuelita me manda que los reciba. Estoy preciosa esta noche... Entran ya. ¡Cuánta sonrisa, cuánto brillante, qué variedad de vestidos, qué bulla magnífica! y... en fin, ¡qué cosa tan buena! Hay una tibieza en el aire que me desvanece; me zumban los oídos, y en los espejos veo un temblor de figuras que me marea. Pero esto es precioso, y ya que una ha de morirse, porque no hay más remedio, que se muera aquí. ¡Jesús, qué cosa tan buena! Mi vestido es motivo de admiración. Eso bien se conoce. Acaba de llegar Joaquín y se dirige hacia mí... ¿Qué campanas son estas? ¡Las cuatro! Si estoy despierta, si no he dormido nada, sí estoy en mi cuarto miserable... Dios no quiere que yo descanse esta noche. Me volveré de este otro lado...

Gro: tela de seda gruesa

Actividad

1. Distingue en el texto los dos temas que preocupan a la protagonista: la obsesión por dormir y las fantasías relacionadas con su manía de creerse hija de una marquesa.

2. ¿Qué recursos de estilo se utilizan para expresar la exaltación mental de la protagonista?

3. Explica la frase: “Los pícaros nervios, que cuando el corazón toca, ellos se sacan a bailar unos a otros”.

4. El texto consiste en un monólogo interior, técnica basada en la transcripción directa de los pensamientos de un personaje. Aunque las ideas se transcriben en forma desordenada, señala las asociaciones que las enlazan unas con otras.

La Regenta, Clarín

De todas suertes, doña Camila se rodeó de precauciones pedagógicas y preparó a la infancia de Ana Ozores un verdadero gimnasio de moralidad inglesa. Cuando aquella planta tierna comenzó a asomar a flor de tierra se encontró ya con un rodrigón al lado para que creciese derecha. El aya aseguraba que Anita necesitaba aquel palo seco junto a sí y estar atada a él fuertemente. El palo seco era doña Camila. El encierro y el ayuno fueron sus disciplinas.

Ana que jamás encontraba alegría, risas y besos en la vida, se dio a soñar todo eso desde los cuatro años. En el momento de perder la libertad se desesperaba, pero sus lágrimas se iban secando al fuego de la imaginación, que le caldeaba el cerebro y las mejillas. La niña fantaseaba primero milagros que la salvaban de sus prisiones que eran una muerte, figurábase vuelos imposibles.

«Yo tengo unas alas y vuelo por los tejados, pensaba; me marcho como esas mariposas»; y dicho y hecho, ya no estaba allí. Iba volando por el azul que veía allá arriba.

Si doña Camila se acercaba a la puerta a escuchar por el ojo de la llave, no oía nada. La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro.

Nunca pedía perdón; no lo necesitaba. Salía del encierro pensativa, altanera, callada; seguía soñando; la dieta le daba nueva fuerza para ello. La heroína de sus novelas de entonces era una madre. A los seis años había hecho un poema en su cabecita rizada de un rubio obscuro. Aquel poema estaba compuesto de las lágrimas de sus tristezas de huérfana maltratada y de fragmentos de cuentos que oía a los criados y a los pastores de Loreto. Siempre que podía se escapaba de casa; corría sola por los prados, entraba en las cabañas donde la conocían y acariciaban, sobre todo los perros grandes; solía comer con los pastores. Volvía de sus correrías por el campo, como la abeja con el jugo de las flores, con material para su poema.[…]

La idea del libro, como manantial de mentiras hermosas, fue la revelación más grande de toda su infancia. ¡Saber leer! esta ambición fue su pasión primera. Los dolores que doña Camila le hizo padecer antes de conseguir que aprendiera las sílabas, perdonóselos ella de todo corazón. Al fin supo leer. Pero los libros que llegaban a sus manos, no le hablaban de aquellas cosas con que soñaba. No importaba; ella les haría hablar de lo que quisiese.

Le enseñaban geografía; donde había enumeraciones fatigosas de ríos y montañas, veía Ana aguas corrientes, cristalinas y la sierra con sus pinos altísimos y soberbios troncos; nunca olvidó la definición de isla, porque se figuraba un jardín rodeado por el mar; y era un contento. La historia sagrada fue el maná de su fantasía en la aridez de las lecciones de doña Camila. Adquirió su poema formas concretas, ya no fue nebuloso; y en las tiendas de los israelitas, que ella bordó con franjas de colores, acamparon ejércitos de bravos marineros de Loreto, de pierna desnuda, musculosa y velluda, de gorro catalán, de rostro curtido, triste y bondadoso, barba espesa y rizada y ojos negros.

 

Altanera: altiva, orgullosa

Historia sagrada: los relatos bíblicos.

Maná: alimento. El maná era el alimento que Dios enviaba a los israelitas durante su travesía por el desierto del Sinaí.

 

Actividades

1. Explica la comparación que en el primer párrafo se establece entre la planta y el rodrigón, por un lado; y Ana y doña Camila, por otro.

2. ¿Qué influencia tendrán en la vida posterior de Ana las vivencias de su infancia?

3. Compara con la locura de don Quijote la forma que tiene Ana de evadirse de la realidad. ¿Qué tiene en común?

4. Explica la técnica narrativa utilizada en la última frase del tercer párrafo: “No importaba; ella les haría hablar de lo que quisiese”.

 

La Regenta, Clarín

 

Entonces, en cuanto se vio solo, De Pas subió corriendo cuanto podía, tropezando con troncos y zarzas, ramas caídas y ramas pendientes... Iba ciego; le daba el corazón, que reventaba de celos, de cólera, que iba a sorprender a don Álvaro y a la Regenta en coloquio amoroso cuando menos. «¿Por qué? ¿No era lo probable que estuvieran con ellos Paco, Joaquín, Visita, Obdulia y los demás que habían subido al bosque?». No, no, gritaba el presentimiento. Y razonaba diciendo: don Álvaro sabe mucho de estas aventuras, ya habrá él aprovechado la ocasión, ya se habrá dado trazas para quedarse a solas con ella. Paco y Joaquín no habrán puesto obstáculos, habrán procurado lo mismo para quedarse con Obdulia y Edelmira respectivamente. Visitación los habrá ayudado. Bermúdez es un idiota... de fijo están solos. Y vuelta a correr cuanto podía, tropezando sin cesar, arrastrando con dificultad el balandrán empapado que pesaba arrobas, la sotana desgarrada a trechos y cubierta de lodo y telarañas mojadas. También él llevaba la boca y los ojos envueltos en hilos pegajosos, tenues, entremetidos.

Llegó a lo más alto, a lo más espeso. Los truenos, todavía formidables, retumbaban ya más lejos. Se había equivocado, no estaba hacia aquel lado la cabaña. Siguió hacia la derecha, separando con dificultad las espinas de cien plantas ariscas, que le cerraban el paso. Al fin vio entre las ramas la caseta rústica... Alguien se movía dentro... Corrió como un loco, sin saber lo que iba a hacer si encontraba allí lo que esperaba..., dispuesto a matar si era preciso... ciego...

-¡Jinojo! que me ha dado usted un susto... -gritó don Víctor, que descansaba allí dentro, sobre un banco rústico, mientras retorcía con fuerza el sombrero flexible que chorreaba una catarata de agua clara.

-¡No están! -dijo el Magistral sin pensar en la sospecha que podían despertar su aspecto, su conducta, su voz trémula, todo lo que delataba a voces su pasión, sus celos, su indignación de marido ultrajado, absurda en él.

Pero don Víctor también estaba preocupado. No le faltaba motivo.

-Mire usted lo que me encontrado aquí -dijo y sacó del bolsillo, entre dos dedos, una liga de seda roja con hebilla de plata.

-¿Qué es eso? -preguntó De Pas, sin poder ocultar su ansiedad.

-¡Una liga de mi mujer! -contestó aquel marido tranquilo como tal, pero sorprendido con el hallazgo por lo raro.

-¡Una liga de su mujer!

El Magistral abrió la boca estupefacto, admirando la estupidez de aquel hombre que aún no sospechaba nada.

-Es decir -continuó Quintanar- una liga que fue de mi mujer, pero que me consta que ya no es suya... Sé que no le sirven... desde que ha engordado con los aires de la aldea... con la leche... etc., y que se las ha regalado a su doncella... a Petra. De modo que esta liga... es de Petra. Petra ha estado aquí. Esto es lo que me preocupa... ¿A qué ha venido Petra aquí... a perder las ligas? Por esto estoy preocupado, y he creído oportuno dar a usted estas explicaciones... Al fin es de mi casa, está a mi servicio y me importa su honra... Y estoy seguro, esta liga es de Petra.

Don Fermín estaba rojo de vergüenza, lo sentía él. Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca... Por fortuna don Víctor, según observó también De Pas, no estaba para atender a la vergüenza de los demás, pensaba en la suya; se había puesto también muy colorado. Comprendió el Magistral por qué torcidos senderos conocía el ex-regente las ligas de su mujer.

Actividades

1. Resume lo qeu sucede en el fragmento.

2. ¿Por qué motivo siente vergüenza cada uno de los personajes al final de la escena?

3. ¿Qué punto de vista narrativo predomina en el texto en general? ¿Y dentro del primer párrafo? Señala las diferentes formas que tiene "Clarín" de mostrar el pensamiento del personaje e indica a qué tipo de narrador corresponden.

4. ¿Qué frases describen con detalle el aspecto externo de los personajes o del ambiente? Señálalas.

5. ¿Cómo consigue el narrador el suspense narrativo en la parte inicial de la escena?

6. ¿Cómo describe el autor el estado de ánimo del Magistral, tanto al principio como al final? Señala alguna de las imágenes metafóricas, como, por ejemplo, "Iba ciego".

7. Teniendo en cuenta la introspección psicológica de los personajes, ¿cuál de los dos hombres se siente engañado por la Regenta? ¿Qué contradicción pretende resaltar el autor y qué crítica conlleva?

 

 

La tribuna, Emilia Pardo Bazán

Sucede con la mujer lo que con las plantas. Mientras dura el invierno, todas nos parecen iguales; son troncos inertes; viene la savia de la primavera, las cubre de botones, de hojas, de flores, y entonces las admiramos. Pocos meses bastan para trasformar al arbusto y a la mujer. Hay un instante crítico en que la belleza femenina toma consistencia, adquiere su carácter, cristaliza por decirlo así. La metamorfosis es más impensada y pronta en el pueblo que en las demás clases sociales. Cuando llega la edad en que invenciblemente desea agradar la mujer, rompe su feo capullo, arroja la librea de la miseria y del trabajo, y se adorna y aliña por instinto.

El día en que «unos señores» dijeron a Amparo que era bonita, tuvo la andariega chiquilla conciencia de su sexo: hasta entonces había sido un muchacho con sayas. Ni nadie la consideraba de otro modo: si algún granuja de la calle le recordó que formaba parte de la mitad más bella del género humano, hízolo medio a cachetes, y ella rechazó a puñadas, cuando no a coces y mordiscos, el bárbaro requiebro. Cosas todas que no le quitaban el sueño ni el apetito. Hacía su tocado en la forma sumaria que conocemos ya; correteaba por plazas, caminos y callejuelas; se metía con las señoritas que llevaban alguna moda desusada, remiraba escaparates, curioseaba ventaneros amoríos, y se acostaba rendida y sin un pensamiento malo.

Ahora... ¿quién le dijo a ella que el aseo y compostura que gastaba no eran suficientes? ¡Vaya usted a saber! El espejo no, porque ninguno tenían en su casa. Sería un espejo interior, clarísimo, en que ven las mujeres su imagen propia y que jamás las engaña. Lo cierto es que Amparo, que seguía leyéndole al barbero periódicos progresistas, pidió el sueldo de la lectura en objetos de tocador. Y reunió un ajuar digno de la reina, a saber: un escarpidor de cuerno y una lendrera de boj; dos paquetes de horquillas, tomadas de orín; un bote de pomada de rosa; medio jabón aux amandes amères, con pelitos de la barba de los parroquianos, cortados y adheridos todavía; un frasco, casi vacío, de esencia de heno, y otras baratijas del mismo jaez. Amalgamando tales elementos logró Amparo desbastar su figura y sacarla a luz, descubriendo su verdadero color y forma, como se descubre la de la legumbre enterrada al arrancarla y lavarla. Su piel trabó amistosas relaciones con el agua, y libre de la capa del polvo que atascaba sus poros finos, fue el cutis moreno más suave, sano y terso que imaginarse pueda. No era tostado, ni descolorido, ni encendido tampoco; de todo tenía, pero con su cuenta y razón, y allí donde convenía que lo tuviese. La mocedad, la sangre rica, el aire libre, las amorosas caricias del sol, habíanse dado la mano para crear la coloración magnífica de aquella tez plebeya. La lisura de ágata de la frente; el bermellón de los carnosos labios; el ámbar de la nuca, el rosa trasparente del tabique de la nariz; el terciopelo castaño del lunar que travesea en la comisura de la boca; el vello áureo que desciende entre la mejilla y la oreja y vuelve a aparecer, más apretado y oscuro, en el labio superior, como leve sombra al difumino cosas eran para tentar a un colorista a que cogiese el pincel e intentase copiarlas. Gracias sin duda a la pomada, el pelo no se quedó atrás y también se mostró cual Dios lo hizo, negro, crespo, brillante. Sólo dos accesorios del rostro no mejoraron, tal vez porque eran inmejorables: ojos y dientes, el complemento indispensable de lo que se llama un tipo moreno. Tenía Amparo por ojos dos globos, en que el azulado de la córnea, bañado siempre en un líquido puro, hacía resaltar el negror de la ancha pupila, mal velada por cortas y espesas pestañas. En cuanto a los dientes, servidos por un estómago que no conocía la gastralgia, parecían treinta y dos grumos de cuajada leche, graciosísimamente desiguales y algo puntiagudos, como los de un perro cachorro.

Observándose, no obstante, en tan gallardo ejemplar femenino rasgos reveladores de su extracción: la frente era corta, un tanto arremangada la nariz, largos los colmillos, el cabello recio al tacto, la mirada directa, los tobillos y muñecas no muy delicados. Su mismo hermoso cutis estaba predestinado a inyectarse, como el del señor Rosendo, que allá en la fuerza de la edad había sido, al decir de las vecinas y de su mujer, guapo mozo. Pero, ¿quién piensa en el invierno al ver el arbusto florido?

 

Botones: capullos de flor

Librea: uniforme de los criados de una casa aristocrática.

Sayas: faldas

Tocado: arreglo personal.

Sumaria: simple

Escarpidor: especie de peine

Lendrera: peine de púas finas y muy abundantes

Orín: mancha de óxido

Jabón aux amandes amères: jabón fino, de almendras amargas.

Desbastar: hacer algo menos basto, vulgar

Esfumino: de manera difuminada

Gastralgia: enfermedad del estómago

Extracción: origen familiar

Rosendo: el padre de Amparo

 

Actividades

1. Analiza las comparaciones y metáforas que la autora utiliza para describir el físico de Amparo.

2. Explica las metáforas de la interrogación final.

3. Analiza el orden que se sigue para describir el físico de Amparo.

4. Señala la influencia de las teorías naturalistas en el último párrafo.

Cañas y barro, Vicente Blasco Ibáñez

Caía la tarde. La barca deslizábase con menos velocidad por las aguas muertas del canal. La sombra de la vela pasaba como una nube sobre los arrozales enrojecidos por la puesta del sol, y en el ribazo marcábanse sobre un fondo anaranjado las siluetas de los pasajeros.

De vez en cuando los del correo veían abrirse en los ribazos anchas brechas, por las que se esparcían sin ruido ni movimiento las aguas del canal, durmiendo bajo una capa de verdura viscosa y flotante. Suspendidas de estacas cerraban estas entradas las redes para las anguilas. Al aproximarse la barca, saltaban de las tierras de arroz ratas enormes, desapareciendo en el barro de las acequias.

Los que antes se habían enardecido con venatorio entusiasmo ante, los pájaros del lago, sentían renacer su furia viendo las ratas de los canales.

¡Qué buen escopetazo! ¡Magnífica cena para la noche...!

La gente de tierra adentro escupía con expresión de asco, entre las risas y protestas de los de la Albufera. ¡Un bocado delicioso! ¿Cómo podían hablar si nunca lo habían probado? Las ratas de la marjal sólo comían arroz; eran plato de príncipe. No había más que verlas en el mercado de Sueca, desolladas, pendientes a docenas de sus largos rabos en las mesas de los carniceros. Las compraban los ricos; la aristocracia de las poblaciones de la Ribera no comía otra cosa. Y Cañamel, como si por su calidad de rico creyese indispensable decir algo, cesaba de gemir para asegurar gravemente que sólo conocía en el mundo dos animales sin hiel: la paloma y la rata; con esto quedaba dicho todo.

La conversación se animó. Las demostraciones de repugnancia de los forasteros servían para enardecer a los de la Albufera. El envilecimiento físico de la gente lacustre, la miseria de un pueblo privado de carne, que no conoce más reses que las que ve correr de lejos en la Dehesa y vive condenado toda su vida a nutrirse con anguilas y peces de barro, se revelaba en forma bravucona, con el visible deseo de asombrar a los forasteros ensalzando la valentía de sus estómagos. Las mujeres enumeraban las excelencias de la rata en el arroz de la paella; muchos la habían comido sin saberlo, asombrándose con el sabor de una carne desconocida. Otros recordaban los guisados de serpiente, ensalzando sus rodajas blancas y dulces, superiores a las de la anguila, y el barquero desorejado rompió el mutismo de todo el viaje para recordar cierta gata recién parida que había cenado él con otros amigos en la taberna de Cañamel arreglada por un marinero que después de correr mucho mundo tenía manos de oro para estos guisos.

Comenzaba a anochecer. Los campos se ennegrecían. El canal tomaba una blancura de estaño a la tenue luz del crepúsculo. En el fondo del agua brillaban las primeras estrellas, temblando con el paso de la barca.

Actividades

1. El autor describe a los personajes de manera colectiva, porque le interesa destacar los rasgos comunes del grupo. Localiza en qué momentos se rompe esta norma.

2. Indica la estructura del fragmento.

3. Señala los elementos que se relacionan con el Naturalismo, en especial en el quinto párrafo

 

La Santa realidad, Ramón de Campoamor

Inés! Tú no comprendes todavía
el ser de muchas cosas.
¿Como quieres tener en tu alquería,
si matas los gusanos, mariposas?

Cultivando lechugas Diocleciano,
ya decía en Salermo
que no halla mariposas en verano
el que mata gusanos en invierno.

¿Por qué hacer a lo real tan cruda guerra,
cuando dan sin medida
almas al cielo y flores a la tierra
las santas impurezas de la vida?

Mientras ven con desprecio tus miradas
las larvas de un pantano,
el que es sabio, sus perlas más preciadas
pesca en el mar del lodazal humano.

Tu amor a lo ideal jamás tolera
los insectos, por viles.
¡Qué error! ¡Sería estéril, si no fuera
el mundo un hervidero de reptiles!

El despreciar lo real por lo soñado,
es una gran quimera;
en toda evolución de lo creado
la materia al bajar sube a su esfera.

Por gracia de las leyes naturales
se elevan hasta el cielo
cuando logran tener los ideales
la dicha de arrastre por el suelo.

Tú dejarás las larvas en sus nidos
cuando llegue ese día
en que venga a abrasarte los sentidos
el demonio del sol de mediodía.

Vale poco lo real, pero no creas
que vale más tampoco
el hombre que, aferrado a las ideas,
estudia para sabio y llega a loco.

Tú adorarás lo real cuando, instruida
en el saber de las cosas,
acabes por saber que en esta vida
no puede haber, sin larvas, mariposas.

¡Piensa que Dios, con su divina mano
bendijo lo sensible,
el día que, encarnándose en lo humano,
lo visible amasó con lo invisible!

Alquería: granja

Diocleciano: emperador romano del siglo III. En su vejez abdicó y se retiró a descansar en el campo.

Actividades

1. Explica el sentido del poema y relaciónalo con la mentalidad realista.

2. Explica la comparación entre “gusanos” y “mariposas”

3. El poema se presenta como una serie de consejos dirigidos a “Inés”. ¿Qué edad crees que tiene “Inés”? ¿Cuál podría ser la edad y el sexo de su interlocutor? ¿en qué te basas para afirmarlo?

4. Analiza la métrica y la rima.

5. ¿Te parece propio del lenguaje poético el uso de palabras como “gusanos” o “lechugas”? ¿Crees que el lenguaje poético debe ser distinto del lenguaje coloquial?

6. Compara el contenido del poema con la rima IV de Bécquer.